Primera parte AQUÍ
Segunda parte AQUÍ
Tercera parte AQUÍ
Un dominicano de dos metros le abrió la puerta del coche, uno de esos de alta gama con las ventanas tintadas. Dada su posición, normalmente no habría pisado un barrio de clase media como ese, pero la situación lo requería. Además, le pillaba de paso camino del aeropuerto. Tenía tratos que cerrar en alguna parte, siempre había tratos que cerrar en alguna parte.
Otro de sus hombres hacía guardia frente a un bloque de nueve pisos de ladrillo, con ventanas, sin siquiera balcones ni lujos por el estilo. En el portal había dos hombres, uno en la entrada con la puerta abierta y otro al fondo, con el pie puesto para que no se cerrase el ascensor del edificio. El resto le esperaban en el cuarto piso.
Se miró en el espejo del ascensor al entrar, le había salido una cana en la barba. Se la arrancó con gesto de disconformidad, y aguantando la rabia, alzó el puño contra el espejo en señal de lucha -Panda de mamahuevos- Dijo, el ascensor llegó al piso mientras el acababa de ajustarse la chaqueta de su traje de dos mil dólares.
Dos hombres más le recibieron, uno en la escalera y otro frente a una puerta vieja y mugrosa, ambos con la pistola en la mano. El piso se podía recorrer de un vistazo, estaba todo revuelto, de frente había una habitación iluminada con una lámpara que en el suelo, y un monitor con la pantalla azul donde se podía leer “no signal”, todo revuelto junto a lo que parecían los restos de una mesa de escritorio y un ordenador. Había un muerto en el suelo, con la cabeza reventada, otro, grande como un toro barbudo, estaba atado a una silla de oficina, estaba vivo pero tenía la cabeza hinchada por la frente y el labio partido. La nariz achatada de boxeador tenía restos de sangre seca. Su guardia particular ya se habría ocupado de hacerle algunas preguntas previas.
Él, sin decir palabra, miro al de la silla, al del suelo, y luego a uno de sus guardaespaldas, haciendo un leve gesto con la cabeza.
-El del suelo era el flaco, buen compadre, bien parado. Ya estaba muerto cuando llegamos, este -dijo uno de sus hombres mirando al de la silla- dice que lo debió de matar la muchacha, ayudada por al menos un parse desconocido.
Él miró nuevamente al de la silla.
-Este es Esteban patrón, lleva seis meses trabajando para el cartel, músculo duro, usted ya me entiende, ex jugador de rugby. Se partió la rodilla y se tuvo que retirar, pero su mujer enfermó y necesitaba dinero, así que se puso en contacto con la familia, ya sabe…
-Veamos -dijo el Gran hombre sacando un puro del bolsillo de su americana- Un blanqueo sencillo, con nuestra operadora de siempre. -deslizó el habano por su nariz- Cierto es que quiso irse, pero no lo habría hecho, la familia es la familia, y una vez tienes familia, no se puede abandonar cuando a uno le venga en gana. -volvió a oler el cigarro- Por otra parte, ella, la operadora, ha desaparecido, junto con mi dinero. El otro testigo, está aquí, muerto en el suelo… Y tú, el único testigo que nos queda, casualmente, necesitaba gran cantidad de dinero para salir de un apuro familiar… ¿No es así?
Se hizo el silencio. El hombre puso el puro en su boca y automáticamente uno de sus lacayos le ofreció una llama encendida.
-Patrón escuche, yo no se n..
¡PLAS! Uno de los secuaces le propinó un guantazo con el dorso de la mano bajo la advertencia de no hablar si no se le pedía.
-Deja, quiero escuchar que dice.
-Gracias patrón. Yo no sé nada, lo juro. Todo ocurrió mientras yo había salido a por la cena. El flaco me llamó diciéndome que la chica había escapado, que alguien la había ayudado. Volví corriendo y lo encontré muerto en el octavo piso. Registré el noveno y el séptimo, sin encontrarlos, entonces salí a la calle a coger el walkie del coche para avisar por radio, esperé en el coche a que los demás llegasen, registramos el resto del edificio y… Le juro por mis hijos que nunca le traicionaría patrón.
Él se tomó una buena bocanada antes de responder -Tus ganas de cenar me costaron 300 millones puto- Dijo echándole el humo a la cara. Después se dirigió a la puerta del piso y sin dar media vuelta, dio sus últimas órdenes.
-Échenlo a los perros a ver si tiene algo que decir. Si canta, que lo acaben las ratas, sino canta, que los perros le lleven al infierno.
Cogió el ascensor de nuevo mirando el reloj, iba justo de tiempo. Sus hombres se encargarían de dar una propina a los vecinos para que callasen la boca, eso nunca era problema. Se miró de nuevo en el espejo, buscando más canas en su barba, ¿estaría en peligro su imperio?
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