Menuda decepción. Un traspié encadenado había impedido que la Nación B consiguiese el récord mundial de mayor número de personas bailando la conga simultáneamente, el cual aún ostentaba la presuntuosa Nación A. Tras el tropiezo, cesó la música y se hizo el silencio ante la gran pantalla que retrasmitía el evento en directo desde la plaza mayor de la capital, ubicada en el sur del país y hasta donde llegaba el final de esa gran fila de danzantes que tenía su inicio en el otro extremo del territorio.
Las cabezas gachas se alternaban con miradas de incredulidad. Hubo quien emprendió el regreso a casa, comentando lo difícil que se presentaba la semana, lo caro que estaba todo, en fin. Entretanto, una voz advirtió:
— ¡Eh, esperad…!.
Poco después, se escuchó:
— ¡Doy fe!
La noticia corrió veloz: tenían el récord, pero el de mayor cantidad de personas decepcionadas al mismo tiempo por km2. Rápidamente, sonaron algunos vítores, volvió la música y entonces la conga les salió impecable, pero nadie se encargó de registrarlo.
Por su parte, en la Nación A rieron a carcajadas al constatar, también desde una macropantalla situada en la plaza de su correspondiente capital, que los «B-sugos», como les llamaban, no habían conseguido quitarles el récord, primero por el tropiezo y después por olvidarse de hacer la constatación y los registros reglamentarios. Pero, tras la risotada, comenzaron a sentir una extraña e intensa necesidad de experimentar la decepción, así, todos a la vez, grabándolo y registrándolo como Guinnes World Records manda. Solo de esa manera podría volver la alegría a la Nación A: encontrando un buen motivo para decepcionarse.
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