Aroa

Hay tres canciones que Aroa no escucha nunca, porque llora irremediablemente cuando lo hace. En serio, a veces es capaz de llorar con sólo pensar en ellas.
        Esta tarde, Aroa ha preparado una lista con las tres seguidas. Sin piedad; por orden de afectación. Por si algo falla, cosa que no cree que pase, tiene preparado el principio de la película de Up y el final de Hachi: a dog’s tale.
        Aroa quiere sacarlo todo.
        Ha probado ir a terapia, se ha mudado seis veces, ha cambiado de pareja, ha cambiado diez veces de trabajo, dedica tiempo para ella, ha contratado coaches —no entrenadores, aunque también contrató a uno muy cachas que le gritaba que se iba a follar a quien quisiera al oído mientras hacía sentadillas—, ha leído un centenar de libros de autoayuda, medita, hace natación, practica visualizaciones a futuro para atraer la realidad que ella imagina al campo terrenal, aunque no se lo trague. También reza aunque no crea, ha jugado hasta a la lotería, que es en lo que menos cree.
        Ha probado todos los amuletos. Pero Aroa no es feliz.
        Se propone amar a todo el mundo, pero siempre hay un gilipollas «inamable» que tiene perros de raza atados a la intemperie en el patio trasero de una finca para hacer negocio con los cachorros. Intenta amar lo que tiene porque en realidad racionalmente sabe que es una privilegiada, pero le parece una mierda esclavizarse once horas en un trabajo que no le llena. Lo que le llena, que es tocar la guitarra y cantar, le ha reportado un total de 240€ en los últimos quince años. Aun así, ama el poder tocar hasta que se topa con una mamarracha que no sabe diferenciar «a ver» de «haber» que se levanta 4000 al mes a costa de los españoles, «trabajando» seis horas; de las cuales dedica dos y media al desayuno y otra hora y media a cotorrear, porque «allí se va a un ritmo que hay que respetar».
        Aroa trata de consumir muy razonablemente. Apenas se da caprichos, es vegana, no gasta en vicios, no compra prácticamente nada que esté envuelto en plástico, bebe agua, y está orgullosa de hacerlo porque sabe que es la única manera de tener un planeta respirable en unos años. Pero Aroa se derrumba cuando Sonia, la obesa de Finanzas, se come hamburguesas de tres en tres en su cubículo mientras compra más zapatos de los que necesitaría una familia del Opus en toda su vida. Cada día la ve en su mente repitiendo aquella frase que le dijo con desdén: «Y disfrutar, ¿pa cuándo, nena?».
        Y Aroa se aguanta las ganas de darle una hostia como una macrogranja de grande. Y de gritarle a los que acaban de dejar la mierda del perro ahí mismo, como si no fuera con ellos. Y de decirle algo al padre que está mirando el móvil mientras su niño va con los zapatos desatados y se contonea aguantándose las ganas de orinar. Hasta saluda al vecino que fuma en el ascensor. El mismo al que le dejó una amable nota incluyendo el artículo 7 de la ley 42/2010 y un certificado médico en el que a Aroa le diagnosticaron asma. Al señor le sudaron los cojones por los muslos, por supuesto.
        Y al final pasa lo que pasa, que se enquista.

        Así que ahora va a darle a I see a darkness de Johnny Cash después de respirar hondo cinco veces. Y llora nada más llegar a eso de:

Well, you know I have a love,
a love for everyone I know…

        Se le encharcan los ojos y las mejillas mientras entona a la perfección dos octavas por encima de Johnny.
        Ya estaba casi vacía cuando puso La hija de Juan Simón; la versión de Valderrama. Siempre venía a ella la misma imagen de un entierro lluvioso, muy parecida a la de cuando enterró a su madre.

El mismo a su propia hija
al cementerio llevó.
Y él mismo cavó la fosa
murmurando una oración.

        La paró unos segundos antes de que acabara. Respiró entre sollozos y convulsiones e hizo sonar Hope there’s someone de Antony and the Johnsons. La idea de que después de la muerte no haya nadie y su soledad fuera perpetua era sencillamente inabarcable.

Hope there’s someone
who’ll take care of me
when I die, will I go…

        Aroa apenas pudo escuchar veinte segundos, pero decidió torturarse con las dos escenas que tenía preparadas. Para rematar, volvió a ver los reportajes de Tras los muros de Aitor Garmendia y aquel que nunca puede terminar del barco de Open Arms que va rescatando gente que se lanza al mar en patera.
        Una vez reafirmó que la raza humana es, en su gran mayoría, escoria estúpida y que la vida no tiene ningún sentido salvo para el uno por ciento de la población, las ganas de matar se fueron de su cuerpo viajando en lágrima.

        Aroa tenía que vaciarse de vez en cuando, pero ese vacío le hacía más daño que el veneno que tenía dentro. Se quedó completamente hueca, sin sitio para el odio.
        Pero sin sitio tampoco para nada más.

2 respuestas a “Aroa”

  1. Muerta me has dejado a mí con La hija de Juan Simón, mira que eres flamenco…

    Le gusta a 2 personas

    1. Por favor, el arte más noble después del grafiti.

      Le gusta a 1 persona

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