La vio pasar. Una mirada perdida entre la gente, deambular indeciso. Esa chica -cabello claro, ojos ceniza- no parecía de aquel lugar, un país mediterráneo, era más propia de países del norte. Sentado en la terraza de un bar, Marcelo se quedó observando a la mujer y decidió seguirla por curiosidad. ¿Una extranjera despistada? tampoco la veía preguntar por ninguna ubicación. Su desorientación le inquietaba. La siguió por callejuelas del centro. La chica no se paraba en las tiendas ni atendía a las típicas atracciones para turistas, souvenirs, rutas, guiadas, etc. Pasaba de largo buscando otra cosa, miraba sin ver. Marcelo la seguía intrigado, no sabía si para prestarle ayuda o esperando algún tipo de oportunidad que ignoraba, pero algo le llamaba a perseguirla.
La desconocida continuaba su peregrinación, atravesando pasajes y plazas, a veces se detenía, como si algo llamase su atención, como si fuese a hacer algo diferente. Entonces, Marcelo aguardaba expectante tras una esquina pendiente de su próximo movimiento, pero tras unos segundos de tensión esta reanudaba su marcha misteriosa. Ella no hablaba con nadie, no parecía interesarse por nada en concreto, al menos nada que su perseguidor pudiese detectar. Él observaba sus pasos tímidos, con aquellas sandalias planas, un vestido suelto sin mangas que dejaba ver su cuerpo pálido, impropio de aquella época estival en la costa Amalfitana. No llevaba bolso o alguna otra pertenencia que pudiera apreciar, tan solo sonaba un tintineo de algo colgado en su cuello.
Alrededor, el tumulto de las calles, las voces y los ruidos propios de la ciudad despierta a mediodía no parecían inmutar a la mujer que caminaba entre ellos ajena a todo, sin afectarse, como si estuviera ahora mismo en otra parte, como si perteneciera a otro lugar, y no pudiera ver y oír nada más que lo que allí ocurriera, como si ella misma fuese un ser de otro planeta, no reconocido fuera de él por nadie, completamente desapercibido por cualquier otro ser; a menos que fuese de su propio mundo, tan ajeno a todo, tan imperceptible a lo demás, tan sutil e invisible para cualquier otro humano. Divagando en sus propios pensamientos Marcelo olvidó por un momento la noción del tiempo y su persecución. Cuando tomó conciencia, no veía a la chica. Quieto en medio de una plaza, la buscó con la mirada, la había perdido. Se dio la vuelta bruscamente y a su espalda se topó frente a frente con la tez clara de la desconocida. Apurado por el inesperado encuentro se quedó perplejo, sin palabras. Ella sin pestañear sus ojos grises le dijo:
—Te estaba buscando, ¿vienes?
—¿A dónde? —dijo él en tono entrecortado.
—A casa —dijo enseñándole las llaves que colgaban de su cuello—. Venga Marcelo he hecho pasta, tu plato favorito para que no te pongas nostálgico, vamos cariño.
Lo cogió de la mano y ambos se fueron a su hogar paseando por los canales de Ámsterdam.
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