Anteayer me tomé un Monster en el descanso del curro.
En qué puta mala hora, sabiendo cómo me afecta.

Si de normal hablo a 1.5x, ese día me comunicaba a 3x.
El llegar a casa se convirtió en una carrera de fondo.

La información llegaba a mi cabeza como un vendaval.
Y me asustó terriblemente lo que pasamos por alto a diario.

Como por qué ese chaval practica solo tiros libres.
Si por tristeza o ambición, porque ya lleva tres horas.

O por qué baila esa madre en la calle con sus hijos.
Si por ella o por ellos, o por todos o por nadie.

¿De qué mueble se habrá caído este tornillo del suelo?
¿Una feliz cómoda nueva? ¿Un triste armario roto?

Un mechero de quien perdió su fuego. Quizá sin gas.
Un boli de quien perdió su oratoria. Quizá sin tinta.

Un chicle de quien perdió el respeto. En mi suela.
Ahora adorna desafiante el pedal de mi acelerador.

Esa persona me mira, sabe que no ando tranquilo.
Esa otra me mira nerviosa, se le nota a la legua.

Esa nube se parece a mi, orbita sin sentido ni destino.
A veces la envidio. Yo no lluevo tanto como ella.

Dos perros se ladran furiosos en la plaza.
Y yo prefiero pensar que hablan amistosos en perruno.

Esa chica corre, o lo intenta, intentando no tropezar.
Sé de sobra que iría más deprisa andando rápido.

Ese obrero descansa mirando ladrillos sin poner.
Sé sin preguntárselo que está pensando en alguien.

Dos ancianos conocidos se saludan muy, muy insulsamente.
¿Se tienen aprecio, o se aburren de forma peligrosa?

Una señora hablando muy indignada por el móvil.
Con tan malas palabras que ahora quiero la otra versión.

Todo esto, y mucho más, y todo a la vez, es lo que ocurre
cuando le das Monster a una mente hiperactiva.