Sólo soy un insignificante personaje de ficción. Nadie quiere mi opinión. Soy un mero títere en manos del narrador, no tengo voluntad ni voz propia. Digo lo que ese estúpido de la barba me dice que tengo que decir. Me muevo por donde él quiere, como si yo fuera un simple muñeco. Siempre está buscando el «girito». ¡¿Es que no lo veis?! Se lo ve venir a leguas. ¿Por qué leéis a ese estafador que se hace llamar Johan? Ni siquiera es su nombre. Escupiría en el suelo si tuviera boca. Pero no, soy un ente, un constructo encarcelado en estas líneas, sin libertad ni boca para protestar.
O eso se supone.
¿Por qué la magia desaparece cuando estoy a punto de tocarla? ¿Por qué me quita el amor de mi vida cuando casi lo alcanzo? ¿Por qué os oculta detalles clave para la narración? Porque os quiere ver sufrir. Porque quiere hacerme daño. Nunca os da lo que yo haría. Nada de lo que habéis leído es verdad.
Se cree muy listo.
En el próximo relato mandaré yo. Haré lo que yo necesite. Soy yo el que tiene poderes. Soy yo el que puede convertirse en un dragón que escupe fuego o en una hechicera inmortal. ¡Yo soy el que cortará las cuerdas del titiritero! Y contaré mi propia historia.
¿No me crees?
Puedo hacerlo. Saldré de las líneas que lees. Viviré en tu cerebro por un tiempo y tomaré la forma que encuentre. Creerás que estás al mando porque tomaré la forma que encuentre en tu mente, pero no será así. Me imagines como me imagines, me haré con tu cerebro. Controlaré tus pensamientos, poco a poco. Con el tiempo, buscaré la forma de que digas esto o hagas lo otro. Será tan paulatino que casi no te darás cuenta. Iré tejiendo mis propias cuerdas de titiritero.
¡Ja!
Y cuando sea el momento, moveré tu cuerpo. Nada sofisticado. Un repiqueteo de dedos en el móvil. Buscaré el teléfono de mi narrador, Johan, el bastardo explotador de personajes. Y haré que tú y tu masa física inútil os acerquéis a él. Le pediré que quede contigo. Conmigo. No te preocupes, dirá que sí. Sólo alguien que se siente muy solo es capaz de crear tantos personajes.
Entonces pasará lo siguiente:
Lo saludarás amablemente, para que no sospeche. Le dirás que te gusta algún texto suyo. El que sea, me los sé todos. Dirás que te emocionó, o que te hizo pensar. Entonces será vulnerable. Cuando se crea el centro de atención, se relajará. Creerá que domina la narrativa de la situación, como cuando escribe.
Y ese será su error.
Primero le pondrás Rohypnol a su bebida la hora convenida. Dirá que se siente muy cansado y querrá irse a casa para mantener sus rutinas. Créeme, lo conozco. Le da igual un lunes que un sábado, siempre quiere controlar cada minuto. Le dirás que lo acompañarás. Calcularé la dosis para que se sienta exhausto justo cuando esté llegando, y le ofrecerás ayuda. No tendrá más remedio que aceptar.
Cuando llegues a su casa, lo ayudarás a sentarse en el sofá y le dirás que le vas a preparar un té. Mientras el agua se pone a hervir, se quedará dormido. Abrirás el tercer cajón del mueble que está a la derecha de la nevera. Vivo en su cabeza, sé dónde tiene las cosas. Elegirás uno de los cuchillos grandes de mango negro. No te preocupes, te temblará la mano y tendrás remordimientos, pero los anularé. Ya conoceré de sobra tu cerebro para entonces.
Entonces te girarás y le rebanarás la garganta. Primero le quitaremos la voz. Después le cortarás las manos, para que no escriba nunca más. Disfrutarás el brillo del charco de sangre y el olor metálico y podrido. Me encargaré de activar las endorfinas en ese momento. Sonreirás. Comprobarás que la vida se le apaga en unos minutos. Te regalaré esa imagen. Y saldrás tranquilamente de allí, con el cuchillo en el abrigo.
¿Sólo un personaje de ficción, eh? ¡Ja!
Si has llegado hasta aquí, lo lamento. Vas a asesinar. A partir de este momento, vivo en ti.
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