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—¡Skál!
Las voces y el entrechocar de los cuernos dieron paso al sonido de cuatro hombres bebiendo como si les fuera la vida en ello.
—Os habéis jugado el pellejo antes delante de todo el pueblo, viejo —dijo Marko mientras masticaba ternilla.
El alcalde, Olaf, soltó una carcajada y se puso rojo mientras se chupaba los dedos pringados en grasa.
—Marko, muestra un poco de respeto a nuestro anfitrión —murmuró Ketil soltando un codazo al hombretón.
—No, ¡déjale! Deja que la juventud le salga por la boca. Tiene razón —rio Olaf—. Hay cerebro debajo de tanto músculo. Me alegra saberlo. No, Ketil, hijo de Björn, el muchacho tiene razón. Me la he jugado pagándoos sin que hayáis terminado el trabajo y prometiéndoos más dinero. Pero el dinero extra saldrá íntegro de mis arcas, y eso es algo que la gente de Haldorf respeta.
—Vuestras arcas se llenan con su dinero, ¿no?
—Mírame al ojo, flacucho. Ya separaba cabezas de sus respectivos cuellos cuando tú aún eras un bebé llorón agarrado a la teta de tu madre. Serví como mercenario en mi juventud y gané mi propia y pequeña fortuna. Fundé una compañía junto a mi hermanastro. —Miró a cada uno de los tres mercenarios a los ojos—. La llamamos La Llorona, quizá os suene.
—¡Sois Olaf Ojo Furioso! ¡El hermano de Bern! —gritó Marko dando un golpe a la mesa, que crujió peligrosamente.
—Hermanastro. Y sí, ese criajo me puso ese sobrenombre. Maldito cabronazo, se creía muy gracioso. —Profirió una carcajada y pareció deshincharse—. Aquí soy Olaf Bernsen, el alcalde de Haldorf. Es menos emocionante, mucho más cargante. A veces es incluso más peligroso. Pero le da cierto sentido a la vida, cuidar de la gente, ¿sabéis?
—¿No echáis de menos el combate? —preguntó el grandullón.
—Mi corazón a veces echa de menos la emoción, pero mis huesos no extrañan el frío de la madrugada y dormir sobre la tierra. No, mis días de batalla ya pasaron. Pero si puedo asegurarme que ese malnacido de Russell sea comida de alimañas y, a la vez, mantener viva a La Llorona, me puedo permitir gastar unas coronas.
Marko se levantó de la mesa y se acercó a la puerta. Cogió la enorme maza a dos manos de Bern, que estaba apoyada en la pared, junto con el resto de armas y se encaminó hacia Olaf.
—Aunque ya no batalléis, esta maza os pertenece, viejo Ojo Furioso.
—No, muchacho, ya la has heredado. Ya es tuya. Solo espero que a vuestra vuelta nuestro escaldo pueda componer una oda a cómo la maza de Marko hizo desaparecer la cabeza de Russell de un solo golpe. Tienes mi bendición, si es algo importante para ti.
—Lo es, viejo. —Caminó hasta la puerta y apoyó con cuidado la maza contra la pared de nuevo—. Gracias.
—¡Skál! —gritó por respuesta el anciano.
—¡Skál!
—¿Cuáles serán vuestros siguientes pasos? —preguntó Olaf mientras se secaba la boca con el antebrazo.
—¿Algún consejo? —dijo Ketil.
—Tengo alguna idea.
—Somos todo oídos, alcalde —replicó Hallstein.
—Hay un antiguo miembro de La Llorona que aún sigue en activo. Es un veterano. Es listo de cojones, es fuerte, y sobre todo, sabe del oficio más que nadie. Dad con él. Quizá se una a vosotros. Quizá no quiera. Quizá no queráis que se una. Pero seguro que os puede poner en contacto con personas capaces y de confianza. Tenéis que aumentar vuestro número. Y comprar equipo de calidad. —Miró a Hallstein—. Esa ballesta que usas está defectuosa.
—Hasta ahora me ha servido bien.
—Déjate de mierdas, muchacho. Si esa basura te ha servido bien, con una ballesta en condiciones harás maravillas. Deberías dejar de usarla cuanto antes. La caja de la nuez está torcida y el arco está más combado de lo que debería. O fallarás un tiro y te ensartarán, o la cuerda te estallará en la cara y después te ensartarán. Comprad buenas armas, de calidad, de confianza. Y protección adecuada.
—¿Cómo se llama el hombre?
—Se llama Mehmet ibn Sigrid, pero le conocen como la Serpiente de Hierro. Es hijo de Sigrid, una doncella escudera que sirvió en la compañía, y un hombre de los desiertos del sureste con el que se encariñó. Actualmente trabaja a sueldo de la ciudad de Lonborg, entrenando a su guardia. Lo último que supe de él es que estaba buscando cambiar de aires, no sé por qué, pero es vuestra oportunidad. Decidle que Bern está muerto, que vais de mi parte, y que vais a dar caza al asesino de mi hermanastro.
—Lonborg… Está a, ¿qué? ¿Dos jornadas de viaje? —dijo Ketil mirando a sus dos compañeros.
—Jornada y media si nos damos vida —corrigió Marko.
—Podríamos salir esta misma noche. Somos solo tres, y ese camino está bien cuidado. Podríamos estar allí mañana antes de que cierren las puertas de la ciudad. ¿Qué? ¿Os da miedo viajar de noche? El tiempo corre en nuestra contra, y en contra del resto de aldeas de la comarca. Cuanto antes lleguemos a Lonborg, antes estaremos de vuelta para acabar con esa alimaña de Russell.
—Hallstein, ¿no es así? —preguntó Olaf—. Eres un hombre callado pero tienes un temple noble. Y unas pelotas enormes. ¡Skál!
—¡Skál!
Ketil sonreía para sus adentros. Tenían un plan sólido, un nuevo aliado —o viejo, depende de cómo se mirara— y fondos para costearse más hombres y equipamiento. Este día terminaba mejor que el anterior. Aunque no fuera una cosa difícil. Ketil no pensaba quejarse.
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