Abrió con su propia llave. Quienes atendían al evento desde la grada del polideportivo y no estaban mirando hacia sus dichosos teléfonos móviles justo en ese momento, levantaron las cejas con gesto de sorpresa. Nunca antes se había visto algo así en ninguna de las artes marciales. Esa llave no estaba en la «caja de herramientas» de las distintas katas de judo ni de kárate, tampoco entre el resto de movimientos imaginables de los demás deportes de contacto. Y, eso, además la llave había hecho contacto y del bueno, concretamente cuando el canto de la mano derecha de la chavala se clavó en el trapecio del oponente, quién debió preguntarse de qué rincón de ese puñetero y congelado polideportivo había salido la zarpa que le golpeaba y le hacía caer de esa manera tan inmisericorde y drástica. Debió interrogarse también, mientras se retorcía de dolor en el suelo y apretaba los dientes para amortiguar un pitido atroz que le bloqueaba la audición del oído izquierdo, por la validez de esa extraña coreografía no catalogada que su contrincante había puesto en marcha para imponer un knock out despiadado y sin contemplaciones ni otros prólogos.
El árbitro, sin embargo, dejó claro que el ataque era legítimo, a pesar de que la llave no tuviese nombre aun ni estuviera incluida en esa especie de alfabeto de signos que son las katas. Tratarían de encontrar algún video disponible si afortunadamente alguien desde la grada había podido grabarlo, lo estudiarían y discutirían si ese gesto tan veloz como enrevesado podía replicarse y enseñarse en las academias. Desde luego, estábamos ante un punto de inflexión histórico para este tipo de deportes, dijo, algo así como la invención del motor de inyección, añadió.
La autora de la llave, cuando fue preguntada tras el combate (que había abierto y cerrado con un solo golpe), se encogió de hombros y, tocándose nerviosa el cuello del kimono, dijo: «Pues, no sé, he mezclado un poco de revés con otro poco de volea mientras traía a mi mente la imagen de mi casero, que lleva cinco meses sin arreglarnos unas goteras en la cocina, y bueno, pues eso, que la he liado parda, ¿no?». Y sonrió como esperando alguna respuesta de vuelta.
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