El vestido rojo ya se había dado de si y se había abierto un poco más el escote. Ahora se le veían más las clavículas lo que le daba un aire hacía más sensual en contraste con las curvas de su cuerpo y de su cara.
Se había descalzado, no soportaba más los tacones, y se había derrumbado en la silla. El vestido corto dejaba ver sus pies con las uñas repintadas con capaz de distintos colores apoyados en la acera con los talones ennegrecidos de haber caminado un rato sin zapatos.
Eran las diez de la mañana y tenía hambre. Pensaba en las calorías del vermú, de las cervezas, del vino, ¿del ron con limón?. Espera, ¿había bebido ron con limón?, ¿en una piscina?, ¿por eso tenía el pelo recogido y húmedo? No se acordaba bien. Sí si, dentro del agua, apoyada en el bordillo y brindando por, por, ¿por?, no recordaba.
Se sentía bien. No existía el mañana.
Le importaba muy poco el no saber dónde estaba o quién la había traído al bar, ¿o había llegado sola?
Tenía toda la mañana para rellenar las lagunas de su memoria con la más extraordinaria de las historias.
No le hacía daño a nadie. Solo a sí misma.
Al medio día volvería a casa recordando todo el futuro.
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