El palo

Vicky y Carlitos iban de escapada romántica. Vicky odiaba su nombre, Victoria, porque creía que era una maldición: siempre perdía. A Carlitos lo llamaban así porque medía 1,94 y era como un armario de ancho. La guasa española. No llevaban mucho tiempo juntos, pero estaban contentos. Iban de vez en cuando a un piso abandonado que tenía él, a hacer una sinfonía de somier y colchón viejo, en Sol mayor, si no escuché mal. Por lo demás, casi nadie sabia que estaban juntos. Escaparse y hacerlo todo a escondidas les daba un subidón de endorfinas que acababa en atracción fatal.
        Iban, decía, de escapada, con el viejo Opel Corsa de Carlitos, en el que, si no fuera porque lo conducía, nadie diría que podía entrar. A la salida del pueblo de Carracillo, se cruzaron con un BMW negro a bastante velocidad. Nada excesivamente raro en los conductores de la marca alemana, si no fuera porque Carlitos se percató de que tenían unas bolsas de plástico negro tapando la matrícula. Dejó pasar la primera —se podía haber enganchado—, pero en el retrovisor encontró otra bolsa en la matrícula trasera.
        —Estos vienen de dar un palo —le dijo a Vicky.
        Sin esperar a su reacción, dio un volantazo y se puso a seguir al coche negro.
        —¿¡Qué haces!? —gritó Vicky.
        —Voy a ver adónde van.
        Vicky asumió que no conocía tanto a Carlos —ella no usaba el diminutivo— y se quedó callada a medio camino entre el miedo y la responsabilidad de hacer lo correcto.
        El BMW corría más, pero su conductor era más torpe y no parecía conocer el lugar tanto como el del Corsa. Tras quince minutos, los arrinconó en una esquina. Carlitos salió torpemente de su minúsculo coche y los tres tipos de dentro, tapados con bufandas y gorros, empezaron a ponerse nerviosos. Eran tres contra uno, pero el uno parecía un elefante.
        Carlitos llegó al coche negro y golpeó con el nudillo en el cristal suavemente. El conductor bajó la ventanilla.
        —¿Qué? ¿Venimos de la gasolinera, eh?
        El conductor entonces abrió la puerta, golpeando a Carlitos, dándole tiempo para asir un cuchillo manchado de sangre seca. Carlitos por primera vez sintió algo de miedo.
        —¡Tú no has visto nada! ¿Estamos?
        Carlitos barrió con su pierna los tobillos del conductor, que cayó sobre el suelo de piedra. El cuchillo acabó cayendo a unos metros, tintineando la piedra con el metal. Otro de los del coche negro salió por fin a propinarle una patada en la entrepierna a Carlos con la que ganó el tiempo suficiente para que él y su compañero volvieran al coche.
        Salieron pitando.
        Vicky salió del Corsa a ayudar a su amante.
        —¿Pero qué haces, imbécil? ¡Te podrían haber matado!
        —¿Eh? Pero si yo lo que quería era ayudar.
        —Ya, pues mira lo que has conseguido.
        Carlitos y Vicky volvieron al coche. Ella se sentía culpable por pensar en si a Carlitos le funcionaría bien la entrepierna después de la patada. Ya en la cabaña que habían alquilado, por la noche, confirmó que sí. Que todo estaba intacto.
        Al día siguiente lo leyeron en el móvil.

Un grupo de tres personas se llevó dos mil euros de la gasolinera de Carramanos, huyendo en un vehículo negro con las matrículas tapadas con bolsas de plástico. La policía local cerró las salidas de la ciudad con prontitud y pudo proceder a la detención de los sospechosos, que pasarán a disposición judicial esta misma tarde. Se sigue buscando el arma con el que uno de los sospechosos agredió a la dependiente de la gasolinera, que se encuentra bajo observación en el hospital de El Bierzo, con heridas leves.

        —¿Lo ves? —dijo Carlitos señalando el teléfono—. Si es que son unos cutres. Cuando se da un palo no se huye a la ciudad, te cierran las salidas. Te vas al bar de al lado tranquilamente, hasta que pase. Ahí no te van a buscar. Eso es lo que les quería decir.
        Vicky se quedó pasmada, sin saber reaccionar.
        —Lo que no sé es quién se habrá llevado el cuchillo, porque ellos no.
        Vicky se juró romper la relación lo antes posible.
        Mientras tanto, en el pueblo, la señora Luisa cortaba un jamón tranquilamente con un cuchillo «la mar de bueno» que se había encontrado en la calle. Le costó quitar las manchas de sangre. Pensó que a alguien que iba de matanza se le habría caído. Creyó haber limpiado la sangre de un cerdo cuando en realidad estaba limpiando la sangre de su amiga Puri, la que trabajaba en la gasolinera.
        Carlitos sintió un profundo dolor de huevos.
        —¿Echamos otro, cari?
        Vicky se juró que sería el último.

2 respuestas a “El palo”

  1. Tíííío, ¡vaya trama! Mil gracias

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    1. Basado en hechos reales, además. ¡Gracias, maestro!

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