Respiración agitada, escucha atenta al silencio que me rodea y me intimida. No sé qué hay más allá, quién hay o dónde estoy. Me muevo despacio con las manos alargadas intentando palpar algo que me dé una referencia, -no oigo ni huelo nada-, algo que me dé una pista. No siento frío ni calor, si estoy al exterior o no, pero hay suelo, lo noto liso y duro, con losetas e imagino que habrá techo. Estoy en algún lugar, aunque no lo reconozca ni pueda recordar cómo llegué aquí, seguiré caminando hasta tocar algo. Hay una pared, atravieso una puerta abierta, un pasillo.
—¿Hola?
Me atrevo a decir, el eco de mi voz recorre la galería que voy a seguir. Después de un rato caminando toco algo plano y frío, con un marco, parece un cuadro o un espejo, animada por el hallazgo camino más rápido, mi vestido se engancha en el borde tirando el objeto que se rompe en añicos retumbando en el suelo. Corro asustada evitando dañarme con los cristales. Tengo que encontrar la salida.
De repente tropiezo con algo. El corazón me da un vuelco, he pisado algo blando y pequeño, ha crujido. Lo zarandeo despacio con el pie descalzo, parece un animal, un pájaro, es raro “¿por dónde habrá entrado, cómo llegó aquí? quizá alguien lo trajo”. Sigo adelante. Empiezo a pensar que sin ventanas, no habrá oxígeno y me agobio, “¿dónde estaré?, ¿será un búnker bajo tierra y por eso no hay ventanas ni luz?” Agobiada atravieso otra puerta, en ese instante se oye un ruido al fondo. Me detengo a escuchar atentamente, paralizada por el miedo, no sé si será de ayuda o debo huir. No oigo nada más. Me ha parecido un golpe. Avanzo aprisa por el pasillo rozando las paredes rugosas con mi mano para orientarme, mi respiración se acelera, estoy impaciente, nerviosa, asustada y no ocurre nada más que mi estado de incertidumbre, mi mal presagio y encontrarme encerrada en algún lugar desconocido. “Yo anoche me acosté en mi cama. Llegué del trabajo, cené, vi la televisión y me acosté como un día absolutamente normal. Lo último que recuerdo fue cerrar los ojos”.
Ya no sé si los tengo abiertos o cerrados en la más completa oscuridad. De repente, el pasillo se ensancha y se convierte en una sala más grande. Empiezo a palparla con mis manos, mi latido se acelera, un olor desagradable como a quemado, impregna el ambiente. No hay otra puerta por la que continuar, el pasillo termina aquí. Sigo explorando la estancia ansiosa, esto no puede acabar así. Palmo a palmo me deslizo por las paredes, hasta que en alguna parte toco un interruptor y la sala se ilumina. En el centro de la habitación, en mi cama, yace mi cuerpo con los brazos extendidos, los ojos abiertos y un disparo en el pecho. Todavía se percibe el olor a pólvora. Ahora sé que todo ha terminado.
Deja una respuesta