¡Cállate!

Me jacto de haber leído a todos los estoicos.

Persigo las enseñanzas de Alce Negro.

Hace tiempo que devoré a Omar Khayyam.

Escucho a mi cuerpo e intento hacerle caso.

Creo en la sabiduría de la naturaleza y la dejo operar cuando puedo.

Y me engaño una y otra vez porque ahora, cuando es el momento de la acción y no de la palabra, me encojo, me diluyo.

¿Y si dejase ya, al fin, de hablar?

¿Y si esto no fuese más que el certificado de que mi ego aún sigue vivo?

¿Y si algún día fuese capaz de destruirlo y al fin escribir?

Mientras tanto naufragaré y respiraré cuando consiga asirme a un nuevo madero astillado proveniente de otro navío desvencijado que también atesoraba grandes títulos en sus bodegas.

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