Me jacto de haber leído a todos los estoicos.
Persigo las enseñanzas de Alce Negro.
Hace tiempo que devoré a Omar Khayyam.
Escucho a mi cuerpo e intento hacerle caso.
Creo en la sabiduría de la naturaleza y la dejo operar cuando puedo.
Y me engaño una y otra vez porque ahora, cuando es el momento de la acción y no de la palabra, me encojo, me diluyo.
¿Y si dejase ya, al fin, de hablar?
¿Y si esto no fuese más que el certificado de que mi ego aún sigue vivo?
¿Y si algún día fuese capaz de destruirlo y al fin escribir?
Mientras tanto naufragaré y respiraré cuando consiga asirme a un nuevo madero astillado proveniente de otro navío desvencijado que también atesoraba grandes títulos en sus bodegas.

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