La sátira de la marquesa

Para la marquesa de Mirabal, Boadilla del Monte era un suplicio. Los maravillosos jardines, las aguas claras y los campos de cereales la aburrían profundamente. Toleraba las viñas porque le posibilitaban beber vino después. De los cincuenta habitantes de la villa, veinticinco eran religiosos. Ella también lo era, pero le gustaba tanto pecar que los veinticinco tenían que hacer turnos para confesarla. Las malas lenguas decían que tenía aventuras con el herrero y con el sastre. Algunos decían que con una de las viudas también. El marqués no sabía o no contestaba: se pasaba el día cazando.
        A la marquesa le aburría el protocolo y la rutina de palacio. Miraba con envidia a los diez jornaleros de la villa, que podían beber el vino de la cosecha después de un vigoroso y largo día de trabajo al aire libre. La marquesa no podía nunca darse al placer de comer con las manos o bailar desenfrenada como ellos y sentía un profundo enojo. Los bailes de salón eran lentos y mecánicos; las bebidas que le servían, demasiado refinadas. Su marido era aburrido. Ni infiel le era. La vida le resultaba soporífera.
        La marquesa quería revolcarse en el barro.
        Así que, una noche, cuando el Marqués dormía, escapó de palacio. Bajó en camisón a los jardines y le pidió al guardia que guardara silencio. Probablemente también el él conocía su alcoba más de lo debido y haría bien en obedecer. Se quedó cavilando sobre qué le diría al marqués si se presentara ante él.
        Esperó a que los jornaleros dieran por terminado el día y se acercó a ellos. Se pararon muy nerviosos: pensaron que los iban a apresar.
        —¡Soy la marquesa de Mirabal y exijo que me llevéis a vuestra fiesta!
        Los jornaleros se miraron. Ellos no llamaban «fiesta» a beber algo de vino por las noches para olvidar su mísera vida. No entendían de qué les estaba hablando.
        —¡Ofrecedme vuestro vino y cantad canciones indecorosas para mí! ¡Es una orden! —aclaró la marquesa.
        A la mañana siguiente, los veinticinco religiosos tuvieron que confesar a la marquesa al mismo tiempo. Hizo falta reunir al cura, a los cuatro capellanes y a las veinte religiosas del convento para perdonar lo que allí había ocurrido. Los jornaleros dijeron tener una enfermedad contagiosa para ausentarse del trabajo, porque estaban exhaustos. Sus mujeres, también. La marquesa apareció trasnochada en palacio, al alba, con el vestido lleno de barro y satisfecha. Selló el permiso de los jornaleros y sus esposas. Pidió desayunar gachas y pan duro, sin cubiertos. Engulló descalza. Aprendió a eructar.
        El marqués no se enteró de nada, estaba cazando.

6 respuestas a “La sátira de la marquesa”

  1. El Marqués siempre ajeno a lo que en su casa pasaba, y ella infeliz en la enorme jaula que la ataba. Qué felicidad hoy en día no tener que guardar las apariencias para tener que vivir tales vidas de miserias!

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    1. Parece que la miseria es también subjetiva y cada uno la lleva de una manera. Gracias por leer, Hanna. Un abrazo fuerte.

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  2. Logras transmitir(me) con mucha rapidez, el hastio de la Marqueza y de infundirme empatía hacia sus «conductas no protocolarias»; además, mi yo viceral y cotillero quedamos con el deseo de saber que hizo exactamente la marqueza en esa noche de liberacíon. Podrías darle más morbo, si quieres; si no, bueno, has despertado mi imaginación y solo veo sexo (tengo una mente retorcida, quizás solo estuvieron cantando y bailando). Me hiciste pensar en Madame Bovary. Una pregunta: es exprofeso que repites tanto las palabras marqués y marqueza?

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    1. ¡Hola! Bueno, mi mente es retorcida también, pero quería dejarlo a la imaginación del lector, jajaja. Pero ya veo que en realidad todo el mundo va a imaginar lo que yo. No había caído en que repito mucho lo de marqués marquesa. Pero gracias, lo tendré en cuenta, creo que a veces nombro demasiado a mis personajes.

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  3. Como siempre nunca defraudas amigo!

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    1. Eres más amable que hater. Algo está cambiando en ti.

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