—¡Bueno! —empecé—, muchas gracias a todos por asistir a la reunión. Siento no haber podido participar mucho, ¡pero tengo la esperanza de hacerlo mejor para la próxima!
La gente se despidió y colgué. Discord no tenía su mejor día y, para ser sinceros, yo tampoco.
¡Y encima no había hecho el texto semanal! ¡Todo mal!
Me dejé caer sobre el respaldo de la silla sintiendo todo el peso de la desmotivación y la autocrítica sobre mis vértebras. Miré al techo; suspiré.
«Si existes, Diosito —me dije—, dame una señal para que mueva el culo y me ponga a escribir»
En ese preciso momento sonó el telefonillo.
«Vamos no me jodas».
—¿Sí?
—Amazon.
El repartidor subió, me entregó el paquete y, con la misma parsimonia que vino, se fue. Me quedé mirando varios segundos la escalera vacía, asintiendo en silencio con cara de mono.
«Qué cabrón —pensé. Miré de nuevo al techo, con la caja de cartón en las manos—. Sí, tú, me refiero a ti».
Cerré la puerta, volví a mi habitación y me senté a escribir.
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