Y ahí fue, cuando miré a la cara a mi fantasma favorito y lo besé, cuando recordé que cambiar de idea es humano, coherente e inteligente. Que beber de aguas egomalditas y romper barreras autoimpuestas es posible. Y también una mierda. A veces.
El tráfico de esta vía aérea está sobresaturado, y le han tenido que poner bocinas a los aviones.
Y justo ahí, cuando el colapso neuronal parece un parque infantil en pleno cumpleaños, cuando mis axones son atascos en la M-30 y mis dendritas son becarios precarios de horarios sectarios, es cuando ocurre. Los sueños de una siesta de domingo atraviesan la pared de la vigilia y adquieren inmuebles en “Villa Realidad”. Y qué puto miedo. He tenido que abofetear la parte física y expuesta de mi cara para recordar detalles olvidados o equivocados. En mi boca dos, argumentos posibles. En mí poca voz, aún lo veo posible.
Entonces, ¿Qué hago?
¿Confío en mí poco?¿Porfío en mi contra? O… ¿Confío en mi coco?¿Confino a mi cora?
Mucho trabajo últimamente. En todos los sentidos. Algunos dirán que qué suerte, pero poniendo ladrillos para que no se escapen los monstruos me gustaría a mi verlos. Sosteniendo una (idea) a(l)zada no se encontrarían tan cómodos, o dándole vueltas al cráneo como una hormigonera con TDH.
Dejadme, por favor. Necesito (no) pensar.
(P.D.: A mi también me gusta el David divertido, pero tranquilos. Está de vacaciones. Todos necesitamos descansar de vez en cuando).
Deja una respuesta