Al señor Boegs le molestaba el botón de su camisa y a este último le molestaba el señor Boegs. Aunque se conocían desde hacía muchos años, tenían una relación complicada el uno con el otro. Por un lado, el señor Botón era trabajador, disciplinado y siempre lo daba todo por cumplir con su tarea de retener la voluptuosa y bien nutrida barriga del señor Boegs. Por otra parte, el señor Boegs era avaricioso y de estómago sin fin y solo le importaba descubrir nuevas formas de satisfacer su gula sin importar el coste.
Discutían prácticamente a diario. El uno le decía al otro que si un poquito más y el otro le respondía al uno que si no había tenido ya bastante estofado. Evidentemente, la peor parte siempre se la llevaba el señor Botón, que, además de hacer de niñera, sentía como cada día su labor le pesaba más y más.
Un día fueron a la boda de la prima segunda de Boegs. Sin embargo, este no asistió por la muchacha en cuestión, sino por los canapés y el chuletón de medio kilo que servían en la cena. Decía que, de poder repetir, evidentemente lo haría. Al señor Botón esta idea no le gustaba. Le preocupaba no poder parar a su anfitrión a tiempo y que esto desencadenara algún accidente.
La ceremonia ocurrió sin mucho que destacar. El señor Boegs se durmió en la iglesia en mitad del discurso y no fue hasta el aplauso final que se despertó. Sin embargo, cuando llegaron todos al restaurante las cosas empezaron a torcerse.
Boegs le quitaba directamente las bandejas a los camareros y devoraba su contenido casi sin respirar. Una vez terminaba, apilaba la bandeja a su derecha y robaba otra al primero que pasase frente a él. El resto de invitados lo miraban con expresiones de rechazo e indignación. Pero a Boegs no le importaba; seguía comiendo, bandeja tras bandeja, canapé tras canapé.
El señor Botón había perdido la cuenta de cuántas piezas de sushi se había comido Boegs, pero hacía rato que se sentía asfixiado por la presión. Le gritaba a Boegs que se detuviese, pero Boegs estaba desatado y había perdido el control hacía rato.
Fue la última pieza de maki de salmón la que desencadenó la tragedia. Pese a sus esfuerzos, el señor Botón no fue capaz de soportarlo más y cedió. Las costuras de la camisa se rasgaron y el hilo que lo mantenía unido a esta se rompió. Salió disparado, rebotando varias veces en la mesa como una piedra que salta sobre la superficie de un río. El señor Boegs se quedó estupefacto, horrorizado al ver a su compañero tirado en la mesa.
—¡No! —gritó llevándose las manos llenas de grasa a la boca—. Señor Botón… ¿Qué he hecho? ¡Soy un monstruo!
Las luces del restaurante palidecieron, y la sala enmudeció. Sus miradas se cruzaron pero ninguno sabía cómo dar el primer paso. Al final fue el señor Botón quien lo hizo.
—Boegs… —Su voz sonaba débil—. ¿R-recuerdas cuando nos conocimos?
A Boegs se le escapaban las lágrimas.
—Cómo olvidarlo… —contestó—. Llegaste en esa camisa roja tan hortera…
—Si —respondió el señor Botón—. Pero tú siempre me viste con buenos ojos…
De pronto, un ataque de tos manchado de rojo le sobrevino al pobre botón, quien se debatía entre la vida y el más allá.
—¡No te vayas! —lloró Boegs—. Quédate conmigo…
—Coge mi mano —le pidió el señor Botón— Este es… cof, cof… Bueno, ya te haces una idea, ¿no, grandullón?
—Lo siento tanto… Todo esto es mi culpa… ¡Es mi culpa!
—Shh… —dijo el señor Botón acariciándole el rostro a su amigo—. Tú solo… has sido tal y como eres. —Hizo una pausa para coger aire y, con su último aliento, añadió—: No habría podido quererte de otra forma.
Su mano flaqueó y cayó sobre su torso; ya no volvió a moverse.
—¿Señor Botón? ¡¿Señor Botón?! —gritaba Boegs a la vez que sacudía el hombro de su amigo. Lo abrazó hundiendo la cara en su clavícula— ¡No…!
El señor Botón había muerto y todo el mundo lloraba la pérdida con inmensa tristeza a pesar de que pocos de los presentes habían tenido la oportunidad de conocerlo. Sin embargo, nadie podía entender el vacío ni el dolor que inundaba el corazón del pobre Boegs.
Una parte de él mismo se había marchado junto con el señor Botón; probablemente jamás regresaría.
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