Decía que estaba loca. Mi mejor amiga lo había dejado ir varias veces cuando le explicaba mi rutina diaria con él. Yo inistía con Marian que Jorge solo estaba conmigo por mi fortuna, pero no había manera de que le cayera la venda de los ojos. Parece que tenía que sentirme privilegiada porque él me hubiera escogido entre un gran vergel de solteras de buena familia. Él se acostumbró pronto a vivir bien, eso es fácil. Para mí pronto empezó a ser una pesadilla descubrir infidelidades, burlas sutiles en público y gritos y humillaciones de puertas adentro.
Jorge parecía el perfecto marido, el perfecto yerno y amigo, ¿quién puede competir con alguien tan perfecto que nunca comete errores en el escenario y ante el patio de butacas? Claro, en el fondo todos sentían lástima de mí: poco agraciada, torpe y con la vida regalada que todo el mundo envidiaba. Poco más a añadir.
Hace un par de meses empecé a cambiar mis hábitos en casa, la psicóloga ya no tenía ningún efecto sobre mi inconsciente así que la abandoné por un coach que me hizo ver la luz. En realidad me cobraba bastante menos que mi anterior terapeuta, absoluta fan de problemas invisibles de pijos o de los problemas que nos causaban otros.
Este nuevo proyecto en forma de hombre sabio hizo que mirara dentro de mí con otros ojos, y eso transformó completamente cómo ver a los demás. Decía que tenía que estar más conectada con el todo, con lo universal, que hasta mi propio nombre, mi destino estaba por decidir desde mis manos en las estrellas.
Hasta Jorge de noche llegando a casa se sorprendía al cruzarse conmigo al acudir a mis clases nocturnas de yoga. En contra de la antigua costumbre, cuando me encontraba viendo la televisión, de cualquier manera, aburrida mientras él llegaba. Antes cenábamos en silencio la comida preparada por el servicio sin comentar nada, cualquier frase podría ser factor detonante de su mal humor, de sus desconfianzas y del alcohol ingerido momentos antes.
Perfeccioné mi estilo nadando, en eso era más buena que Jorge, que tenía pavor al agua por no saber nadar a pesar de vivir en nuestra mansión frente al mar. Así que, atendiendo más a mi cuerpo, mi espíritu y mi alma, pronto empecé a despertar en él un deseo al que no estaba acostumbrado y el mal trato, las mofas y el desprecio dieron la vuelta a un anhelo que yo potenciaba dejándole libre y jugando a no estar disponible. Así, como un globo, las ansias crecían en él como mis deseos por explotar. Todo empezaba a tomar forma, todo empezaba a girar hacia mí como no pasaba hacía mucho tiempo. Las energías estaban cambiando. Parecía que el universo empezaba a responder. Sin planes, sucedería cuando él accediera.
Una noche llegué de mi clase de yoga y meditación, como a las nueve y media, el cielo estaba despejado, media luna alumbrando nuestra ostentosa terraza y parte de la playa. Su deseo se entreveía en sus ojos, con una copa en la mano, me recibió sonriendo de lado mientras yo le saludaba como siempre con un casto y frío beso en la mejilla. Preguntaba cómo le había ido ya sin interés, muy diferente de la preocupación de años atrás. Olía a alcohol y quizá a algo que había fumado… olía a podrido, podría ser el día.
Solté la bolsa en la habitación y me puse lo más deseable posible, me revolví el pelo, aún tenía la piel sudada, me envolví en una toalla y salí de nuevo al salón.
– Bajo a la playa, necesito un baño y relajarme. Si vienes, podríamos hablar…
– Sabes que no me gusta la playa.
Pero dicho esto dejó el whisky en la mesa.
– Como quieras, quería hacer las paces de una vez, pero tú mismo…
Funcionó. Cuando yo estaba ya en el agua, él bajaba vacilante las escaleras de la pendiente, la luna iluminaba su figura fumando en la arena al lado de la toalla. Se acercó a la orilla haciendo eses y perdiendo el equilibrio mientras se desvestía. En una de las caídas quedó extendido y respirando con dificultad.
Salí a su encuentro desnuda.
– Vamos, solo los pies.
Se acabó de quitar la ropa de forma torpe y sin percatarse que yo estaba mojando la toalla para darle el empujón final. El agua le llegaba a las rodillas mientras él se tambaleaba y repetía algo. Desde atrás fue fácil, solo hizo medio giro e intentó sujetarse con fuerza de mi brazo, pero cayó al agua y de ahí lo arrastré lo más hondo posible. Lo dejé flotando como un bonito nenúfar a unos treinta metros de la orilla.
Dormí como una bendita hasta las ocho de la mañana que sonó el teléfono con la noticia: la policía había recibido la llamada de un hombre que le había encontrado mientras paseaba con su perro. Le habían identificado enseguida gracias a la pulsera de oro que me arrancó del brazo.
Y es que tener un nombre tan peculiar deja rastro. A ver cómo arreglo yo esto ahora, porque mira que el desgraciado de Jorge grabarme en la pulsera el día de nuestra boda: “Contigo para siempre, Saturnina”…
CUANDO LOS ASTROS NO ESTÁN ALINEADOS
4 respuestas a “CUANDO LOS ASTROS NO ESTÁN ALINEADOS”
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Genial
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Saturnina asesina…
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