Altair brilla todavía

Una semana intensa en lo emocional y mal gestionada. Un cruce de caminos y el destino que se confabula para que un motorista, con demasiados pensamientos en su cabeza, golpee contra el suelo después de impactar contra un vehículo mal estacionado que no ve.

Es viernes por la tarde y el mundo gira emitiendo su murmullo habitual de viernes por la tarde. Tragedias y comedias que se suceden sin parar y yo que protagonizo una, atrapado entre la moto, que se me ha caído encima, y el quitamiedos ese que tantas piernas ha segado, pero que hoy no se ha merendado la mía.

Bueno, eso aún no lo sé. Estoy intentando calmarme porque con la moto encima no puedo respirar y si hiperventilo, me voy antes. Veo la cara de John, que me da esperanzas, pero no puedo con la moto.

Respiro hondo, si es lo último que veo, no está mal, anochecerá pronto y Altair volverá a brillar.

Cuatro brazos me liberan de la presión en el pecho, de la moto que no me dejaba respirar. El aire invade en tropel mis alvéolos como agua fresca de un torrente que renueva un valle cenagoso. Ya sé que no voy a morir y me autoevalúo.

Las costillas están bien o tienen fisuras pequeñas, porque respiro sin dificultad, las piernas no las tengo rotas, mi brazo derecho está en su sitio, pero me giro a la izquierda y mi otro brazo describe curvas sinuosas. Es solo un brazo. Me orino encima y me desplomo.

A partir de ahí, el guión establecido: asistencia, ambulancia, hospital, media ampolla de morfina (que me sumió en un sopor delicioso), y otros cuatro brazos que tiran del mío para colocar la articulación en su sitio. Todo el dolor desaparece como por ensalmo.

Veinticuatro horas hospitalizado y me vuelvo a casa dolorido, magullado y lleno de gratitud, porque tengo una vida que no merezco.

Mis amigos me cuidan y me aconsejan bien. Mi mujer es lo más bello que existe, desprende ternura, y con serenidad, derrama unas lágrimas soltando toda la tensión acumulada.

Mi hijo Lolo estaba de campamento y al verme a su vuelta se ha impresionado, llorando y diciendo que le duele como si se hubiera accidentado él.

Mi hijo Fede me ha escrito unas líneas diciéndome que se alegraba de mi vuelta y que no quiere que mamá y yo nos vayamos nunca.

Y yo, que en una tarde habitual de domingo, me siento a escribir algo en Escritura Testaruda, mientras sobre mí, Altair volverá a brillar.

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