Menudo puto día de mierda.
El móvil se había apagado solo misteriosamente durante la noche, no había sonado la alarma y había llegado tarde al curro.
El gato tuvo a bien comerse parte de uno de sus juguetes y vomitarlo en medio del salón.
La gente no sabe conducir en general, y en las rotondas se vuelven especialmente gilipollas. Casi me habían atropellado tres veces en el mismo día.
Había tenido que comer con prisas, y además, me había quemado.
Las migrañas habían vuelto y no daban tregua. De aquí para allá en una ciudad en la que sería genial ir andando sino fuera porque la insolación y masticar tubos de escape no son mis pasiones.
Estaba en una olla a presión. Todo es molesto, todo es inoportuno, todo es agresivo.
─Mira, mamá. La Luna.
Una niña, en su carrito, señalaba al cielo. La madre no se dignó a mirar. Pero a mí me dio por hacerlo.
Ahí estaba, en mitad del cielo morado y naranja del atardecer.
Grande, lejana, pura, silenciosa, quieta.
Que te abraza, que da la distancia que necesitas, que te limpia, que te escucha, que te espera.
Fue como conseguir sacar la cabeza fuera del agua después de haber estado a punto de ahogarte.
Jodido y cansado pero contento.
Mirar las cosas con cierta distancia y perspectiva ayuda.
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