La cara de la justicia

Los cuatro se callaron de golpe al ver a su lider desplomarse con un solo puñetazo. Todos los matones funcionan de la misma manera: tumbas al líder y el resto no tiene cojones ni a dar un paso al frente sin cagarse encima. ¿Quién iba a esperar que un enano flacucho y esmirriado como yo fuese campeón de España de boxeo?

El malote se revolvía en el suelo, gimoteando como un bebé y tapándose la cara con ambas manos. El cabrón sangraba como un cerdo; debía haberle roto la nariz.

—¡Eh, tontito! —le grité mientras me paseaba a su alrededor—. ¿Primer día de clase y ya vas dando por culo a los nuevos? —Me agaché para ponerme a su nivel, él me miraba con sus ojitos llorosos—. Bien, la próxima vez, nuevos te van a quedar los dientes.

Levanté la cabeza y miré alrededor. La gente se había apelotonado y me observaba expectante, algunos con un punto de apatía, otros con visible satisfacción. Los secuaces del matón le ayudaron a levantarse y ya se marchaban con el rabo entre las piernas cuando la muchedumbre comenzó a abuchearlos. Ninguno de ellos despertaba un ápice de simpatía.

A fin de cuentas, ser un hijo de puta solo te endeuda; y la gente, por lo general, odia a los morosos.

—Se acabó el espectáculo —dije alzando la voz por encima del resto—. Para la próxima, entradas a cinco pavos.

Probablemente aquello tuviera consecuencias. Pero fueran cuales fuesen, machacar a un abusón era una recompensa más que suficiente. Siempre me han dicho lo mismo, que mi sentido de la justicia es algo radical. Pero yo no lo creo; la justicia solo puede tener una cara.

Y esa cara es la mía.

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