Unos buñuelos de viento. Todo ocurrió por unos malditos buñuelos de viento. Yo quería llevar algo para el café en casa de mi familia política pero todo salió tan mal. Bajé corriendo. Iba fatal de tiempo pero paré en una panadería cercana. Nada más entrar tropecé con los escalones desgarrando mi pantalón a la altura de las rodillas. Apurada para no darle importancia pedí dos docenas de buñuelos. «Todos los que tengas». Salí airosa de allí y enfilé calle abajo lo más rápido que pude logrando saltar dentro del autobús a tiempo. Entré yo, pero no mi chaqueta que tuve que ver en el suelo de la acera ya arrancado el vehículo. Al llegar a destino bajé con prisas sin darme cuenta de que pisé una caca de perro muy bien cagada. Llegué al portal de mi suegra y con el subidón de la carrera llamé al portero como si no hubiera mañana. No me di cuenta hasta que una malhumorada tía de mi pareja respondió que iba a quemarles el chisme. Al entrar el portal tiene cuatro peldaños de mierda que me comí y caí de bruces cayendo al suelo y golpeandome la barbilla. Al entrar en la casa todos estaban ya a la mesa. Me miraron extrañados y con una sonrisa les dije «he traído algo de postre» y planté una bandeja aplastada y con trazas rojizas en la mesa donde todos comían. No sólo olía a mierda por culpa de mis zapatos. Sangraba por la barbilla, la blusa tenía dos océanos de sudor por sobaqueras y se me había desabrochado de más. Pero aquella señora…. Aquella juraría que no era mi suegra. Igualmente me senté a la mesa tímidamente. Ya bastante tiempo me habían esperado.
¿Dónde estás? Llevamos media hora esperando – mi novio por Whatsapp.
Por comprar los putos buñuelos me había ido a la parada del bus equivocado… por unos putos buñuelos.
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