El Club

—Ehhumk, ekuh—tosí.

Empecé a fumar en mi nuevo trabajo. En el descanso no estaba bien visto dormirse en la silla o leer un libro. Para poder descansar había que ser fumador. Había un grupo principal de adictos al humo que salían a la misma hora, sincronizados. Parecía un grupo exclusivo. También había un par de parejas de carreteros que salían a distintas horas, con ganas de comunicarse. No sintiéndome con fuerzas para unirme a unos u otros, opté por salir en solitario.

Fuera, a las puertas del edificio de oficinas, el sol calentaba los cristales y las puertas giratorias del hall. Los fumadores solían juntarse más cerca del puesto de control de acceso y seguridad. Alguien había dicho que sólo podías encenderte un cigarro a una distancia de ocho metros del edificio más cercano. El lugar estaba marcado con colillas y aplastamiento de cigarros. Allí estaba bien.

Me dedicaba fundamentalmente a toser, y la gente ajena al complejo en general pasaba de largo, hablando por teléfono o concentrada en lo suyo. Pero a veces me miraban. Torcían la cabeza y luego seguían su camino. Después del trabajo, sentía la cabeza embotada y pesada. Junto al ascensor, evitaba el carrito de limpieza y me despedía de la mujer de la limpieza, que empezaba el turno de noche. 

Salía con la chaqueta doblada sobre el brazo y el cuerpo no me pedía nada. La ciudad en verano quedaba vacía y me daba por pasear e ir al cine. Un día después de salir de la sala palpé la chaqueta y ahí estaba el paquete de tabaco. Opté por encenderme uno fuera del horario laboral. En la película habían fumado haciendo preciosos aros y esculturas de humo. El humo era como otro personaje más y supe que podía llevármelo conmigo.

Así que empecé a fumar también al salir del cine y fue una de estas veces, mientras fumaba que un transeúnte me pidio fuego. Extendí mi mano con el mechero y se lo ofrecí. Él se volvió protegiendo el cigarro y lo encendió. Al volverse, inspiró profundamente, como quien recoge un pensamiento. Aquel hombre se puso a contarme su vida y entre calada y calada lo miraba y su cara iba cambiando. En el transcurso de un cigarro terminó por parecerme tremendamente familiar. Fue entonces cuando comprendí una de estas cosas que sólo pasan cuando tienes niños o perro o fumas. Cuando tienes niños o perro o fumas, de repente, sin darte cuenta, entras en un club.

2 respuestas a “El Club”

  1. Qué verdad más grande!!! Sin hacer gran esfuerzo o sin pretenderlo, comienzas a formar parte de algo que te absorbe, que te envuelve sutilmente.

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  2. El club de los fumadores testarudos.

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