Otros mundos son posibles

Imaginemos mundos.

Un planeta, rojo por la lava, incandescente, con el vacío del espacio enmarcando nuestra vista. El rojo incandescente ilumina la escena. Vemos algunas nubes. Nos precipitamos bajo ellas.

En la superficie sigue imperando el rojo, pero de cerca ya podemos ver matices amarillos y naranjas en los ríos y en las cataratas de magma. Contrasta profundamente con las sombras negroazuladas y púrpuras que proyectan los altísimos cañones que han horadado los ríos de fuego en el paisaje. Allí, detrás de una cascada, vemos una cueva. Y dentro…

Dentro una explosión de luces azules y blancas. Una especie de liquen forma una red por las paredes y el techo. Estalactitas y estalagmitas de una roca cristalina oscura hacen que el inmenso sistema de cavernas tengan un aspecto calidoscópico y mucho más acogedor que el exterior.

Oímos pasos a nuestra espalda. Unos seres antropomórficos, cubiertos de escamas, forrajean una especie de liquen que emana una luz violeta. Parece que solo crece a ras de suelo, en algunos recovecos en las paredes. Se hablan entre sí con una serie de chasquidos, gruñidos y grititos.

Les seguimos hasta una cueva imposible, infinitamente grande. En torno a los gigantescos pilares que sostienen el cielo de piedra, han construido una ciudad que se extiende hasta donde alcanza la vista.

Una fuerza nos tira hacia atrás, como si nos hubiéramos puesto un arnés de seguridad y hubiéramos caído. Retrocedemos a las cavernas de los líquenes, atravesamos la cascada de magma sin quemarnos, el paisaje rojo vuelve a impactarnos en la retina, nos alejamos del mundo de fuego, perdemos la perspectiva.

A lo lejos vemos un puntito blanco. Nos acercamos. Es una estrella, y detrás de ella, otro mundo. Es muy parecido a una esfera de cristal. De los polos norte y sur nacen cadenas montañosas que en lugar de crecer hacia fuera, crecen hacia el polo opuesto. La misma fuerza de antes vuelve a tirar fuerte de nuestro pecho.

Aterrizamos en las tierras del sur. La luz de la estrella llega entre los picos de las montañas más altas de las tierras del norte.

Nos preguntamos si una tierra así puede ser habitada, si alguien podría sobrevivir allá arriba. Y si lo hacen, ¿qué clase de poder tienen? Un poder que las gentes de las tierras del sur querrían para sí, por si algún día la esfera de cristal que les servía de hogar rodaba por el vacío y se tornaban las cosas.

«Caer hacia arriba no tendría la menor gracia», pensamos mientras observamos las cercanas cumbres de las montañas del norte.

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