¡Jesús, María y José!

Cuando procedía a secar la aguja, llenando y vaciando su interior de aire, esta se me resbaló de la mano y, para cuando quise darme cuenta, la tenía clavada bien hasta el fondo en el dedo índice.

La miré. El cosquilleo en mi nunca sabía a adrenalina. Puse el anverso de la mano boca abajo y vi que la puñetera ni siquiera caía; se había incrustado pero bien.

Hice lo que debía.

—¡Mamá —grité—, mamá, auxilio!

Mi madre apareció a toda prisa con las manos empapadas con agua y jabón de fregar los platos.

—¡¿Qué pasa, niño?! —gritó escaneando el baño con la mirada. Cuando reparó en la aguja que colgaba como una estalactita de mi dedo , se llevó las manos a la cabeza —. ¡Jesús, María y José! ¡¿Pero qué has hecho?!

—¡Deja de mirarla y sacala!

—¡¿Que la saque yo?! —gritó con dramatismo—. ¡Que la saque yo, dice! ¡Antonio, Antonio, por favor, vístete! —A continuación, se santiguó y cogió mi mano—. ¡Jesús, María y José! ¡Me vas a matar! ¡Un día de estos a mí me mandas al otro barrio de un disgusto! ¡¡Antonio!!

Dio un tirón y sacó la aguja. Cuando la tuvo en sus manos, volvió a respirar tranquila.

—¡Ay, menudo susto me…!

—¡Mama! —la interrumpí. El dedo sangraba como si me lo hubiesen amputado, o eso me parecía a mí.

La habitación comenzó a oscilar ligeramente bajo mis pies y me despanzurré por el suelo.

—¡¡Antonio!! ¡Ay, que se nos muere nuestro Toñete!

Vi la figura desdibujada de mi padre bajo el marco de la puerta. Estaba en calzoncillos, enseñando toda la panza.

—¿Qué pasa? —preguntó con calma—. Que no quiere ir mañana al instituto, ¿no? —Chascó la lengua—. Esta generación…

—¡¿Pero qué dices, Antonio?! —gritó mi madre entre sollozos—. ¡¿No ves que se nos muere el niño?!

—A ver si por un poco de sangre… —dijo él.

—¡Jesús, María y José! ¡Llevadme a mí también para que mi pequeñín no esté solo!

—Pili, tu chiquitín tiene veintiocho años. —Se asomó por encima del hombro de mi madre y me dijo—: ¡Chiquitín, yo a tu edad ya tenía treinta años cotizados!

Puse los ojos en blanco y fingí que me desmayaba.

—¡Ay, Antonio! —gimió ella—. ¡Ay, que me lo has matado!

—Jesús, María y José —dijo él—, si no los queréis a ellos, llevadme a mí.

2 respuestas a “¡Jesús, María y José!”

  1. El dramatismo materno nunca pasa de moda!! Me encanta!

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  2. Mil gracias, Hanna! Me alegro de que te haya gustado!!! Tengo que admitir que también he cogido parte del dramatismo de abuela 🙄

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