El trastero

Llegó la primavera y, en esta ocasión, la astenia no hizo mella en mí, por lo que decidí ponerme a colocar el trastero de casa como había escrito en esa hoja blanca el día de año nuevo, dentro de todos los buenos propósitos que se suelen hacer como más ejercicio, comer mejor, ahorrar algo, viajar más, llamar más a mi familia, quedar con las compañeras de la uni,… y ordenar el trastero.

Cogí el mocho, el cubo lleno de agua con fregasuelos, un par de bayetas de esas tipo microfibra, unas bolsas gigantes de basura, además de agenciarme lo que parecía un limpiacristales o limpiatodo de color azul de marca blanca, aún sin estrenar.

Bajé tranquilamente por la escalera hasta llegar a la puerta principal. Tras ella se podía ver un largo pasillo tipo corredor de la muerte con puertas a izquierda y derecha repletas en su interior de vestigios y otros trastos abandonados a su suerte que ya no tenían visitas ni llamadas de recuerdo desde hace meses o incluso años, si en algún momento alguien se acordó de ellos.

Anduve por aquel pasillo bajo la luz de un fluorescente tintineante que hacía más tenebroso el camino hasta ese trastero número 101 situado casi al final del mismo. Es verdad que daba un poco de miedo y más aún si te habías tragado las últimas películas de terror, versión extendida, que emitieron de madrugada en la televisión en estas últimas semanas. La imaginación tiene un poder ilimitado, lo tengo más claro que el agua.

Abrí mi trastero y como de un flashback me empezaron a venir recuerdos de mis últimos viajes, últimas vacaciones, últimos deseos por realizar, últimas parejas que permanecieron más de tres meses por mi casa (bueno, a Nuri le bastó con una semana para acoplarse y veinticuatro horas para marcharse), últimos proyectos sin acabar y algunos sin empezar.

Tenía que hacer limpieza, tenía que ordenar todo, tenía que dejar sitio y sobre todo tenía que hacer algo con ese espacio que sigue aportando gastos al pago de la hipoteca. No había vuelta atrás.

Empecé a barrer un poco lo que veía por el suelo, no quería empezar a lo grande, y sólo con eso ya casi llené la mitad de una bolsa. Es increíble la cantidad de cosas que guardas y de restos que pueden dejar sin uso y sin significado en el suelo.

Después me dirigí a la esquina donde estaban todos los sacos de pegamento para los azulejos imitación tarima del suelo que iba a cambiar en el tendedero del patio de luces, junto a 5 cajas de azulejos, una bolsa de unas piezas que parecían calzas, una paleta, un saco de lechada color del azulejo y varias cosas más que no recuerdo bien. Lógicamente, eso no se podía tocar, era todo nuevo y seguro que este año ya tocaba ponerlo, o a malas, avisar a mi amigo Juampa y darle mi apoyo más sincero para que lo colocara.

Pasé a la otra esquina, donde encontré un skate, unos patines sin sacar de la caja, unas botas de trekking y lo que parecía una baca de coche, unos pulpos y dos portabicis, entro otros paquetes y cajas apiladas. Era alucinante, no tengo coche y las únicas bicis que he utilizado últimamente han sido las de las clases de spinning y las de alquiler ¿Cómo ha llegado hasta ahí tanto trasto? Pero no podía quitármelo, de alguien sería, a alguien se lo guardaría ¿verdad?. De locos.

A la desesperada y viendo que por momentos subía un calor dentro de mí hacia la cabeza, y empezando a subir mi enfadómetro, bajé del estante más alto una caja roñosa y aplastada por las esquinas con la intención de tirarla sin más. Era la mejor opción, con la pinta que tenía no podía ser nada importante, o nada que hubiera utilizado últimamente o que necesitara con cierta urgencia en mi vida diaria, así que fuera, ¡A la mierda!

Dejé todo el material de limpieza dentro del trastero, la bolsa de basura a medias también, cerré de un portazo, cogí la caja roñosa y salí escopetado hacia el cubo de basura más cercano. Ya había acabado toda la supuesta limpieza del trastero, pasaba de hacer más.

Llevando la caja en brazos, que apenas me dejaba ver el suelo, tuve la gran suerte de caer sobre ella, en el momento que se cruzó un perro con su correa puesta por delante de mí, mientras el dueño seguía ensimismado en la pantalla de su móvil. ¡Gracias amigo por preocuparte por mí, es que ni por el perro!

Me levanté lo más rápido que pude del suelo mientras seguía apretando los dientes y notaba que el entrecejo se hacía cada vez más grande y más profundo.

Grité un par de improperios al aire con voz silenciosa y me agaché a recoger lo que había caído de la caja. 

Mi sorpresa fue mayúscula. Todo el enfado que tenía desapareció por momentos.

La caja estaba llena de fotos, fotos mías con amigos, familiares, parejas, etc.

Me quedé de piedra y apenas pude dar unos pasos para sentarme en el banco más cercano a la caída, donde dejé la caja, la traté con cuidado y la abrí correctamente para observar sin prisa y con nostalgia en su interior.

Fotos de Nuri, Juampa, Santi, la Vane, Mario, la Rubia, el chanclas, mi hermano y un sinfín de caras conocidas y amigas. Ninguna me despertaba emoción negativa, todas eran especiales.

En la playa, en la montaña, en casa de J, en los vestuarios, en el trabajo, montado en una atracción de la feria, con todos, sólo, con ella…

Recogí todo dejándolo más o menos ordenado, deshice el camino andado y volví a dejar la caja en el sitio que la cogí.

No podía deshacerme de los recuerdos, de toda una vida. Tampoco me apetecía ver más fotos, eran el pasado, pero era mi vida. Eliminarlas hubiera significado quitar una parte de mi persona, olvidarme a mí mismo, pero tampoco quería recordarlo, prefería tenerlo metido en esa caja como memoria externa, que tenerlas en mi cabeza como memoria activa y que estuvieran toda mi vida persiguiéndome o acompañándome. Sólo quería que permanecieran, nada más.

2 respuestas a “El trastero”

  1. Así lo que había empezado como un día cualquiera de limpieza, se convirtió en un sinfín de emociones evocadas por el reflejo de unas caras en papel brillante, esto me hace reflexionar sobre lo minúsculo que puede ser aquello que nos haga cambiar de rumbo. Me encantó leerte.

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    1. Muchas gracias!!! Como muchas historias de la vida, tienen algo de verdad cuando las recuerdas y algo de imaginación. Pero como bien indicas, en ocasiones un pequeño detalle, por insignificante que pueda parecer, te hace cambiar el rumbo, la decisión o simplemente el camino, y ese pequeño cambio puede significar mucho. Muchas gracias y me alegro infinito que te haya gustado.

      Le gusta a 2 personas

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