Iba camino de mi primer atraco, con Carros de fuego en los cascos a tope en plan motivacional para intentar aplacar mis nervios. Si algo aprendí leyendo panfletos antisistema era aquello de ‘piensa global, actúa local’ así que pensé en atracar el local del sex-shop para cumplir mi sueño de viajar en globo. Que queréis que os diga, soy un tío de costumbres sencillas. Le llamaban el Self Shop porque no tenía cajero, pagabas frente a una pantalla, como en las gasolineras modernas. Mi intención no era atracar un banco o una farmacia, sino un sitio más sórdido, donde poder cazar a algún pobre despistado que seguramente no opondría resistencia dado el contexto de la situación, quizá alguien a punto de comprar un consolador que le recordase a su caballo.
Entro en la tienda, luz roja, ambiente oscuro, estanterías altas, perfecto para mí. En uno de los pasillos hay alguien dentro de un disfraz de unicornio, pero en lugar de ‘cornio’ llevaba un pene, como si viniese de una despedida de soltera en Furrilandia. Estaba viendo distintos modelos de silla de montar. Vaya con los traumas de la infancia. En otro pasillo me encuentro con una pareja con pinta de ser su primera vez en un local así, estaban haciéndose risas con un Satisfayer de muestra, pero al verme, se han puesto nerviosos y se han ido. Una pena, eran las víctimas perfectas. Carros de fuego ha terminado y suena De pie, de C. Tangana, lo que me recuerda que tengo que llevar a mi madre al podólogo, así que mejor me quito los cascos y sigo investigando, con una bola de nervios cada vez más grande. Al llegar al final del pasillo escucho una conversación de dos personas eligiendo entre dos kits de bondage, incluso escucho como él se baja los pantalones para que ella pruebe un objeto de cuero azotando su culo. Intento abordarlos, pero me topo de cara con una pareja de ancianos, lo cual me descoloca totalmente, con mi mano libre cojo de la estantería que tengo al lado una lampara de mesa en forma de chocho, y sigo hacia el pasillo de al lado, donde los nervios me hacen soltar una risa tonta.
Dejo la lámpara junto a una máquina de condones que parece la maleta de viaje de Nacho Vidal y me concentro de nuevo en mi objetivo. Veo una posible víctima a parada frente a un estante. Me resulta conocido, y me doy cuenta de que es Pedro Albarcas, un famoso afinador de piano que paró una bala dirigida al rey hace años. Un héroe con una nota trágica, ya que, al lanzarse contra aquella escopeta casera, el disparo le dejó sordo. Aunque recuerdo que le pagaron una millonada por ello. Una millonada ehmmmm..
Al lío. Me acerco por la espalda y le pongo la pistola en el lomo mientras le empujó contra la estantería, apresándolo. -Pedrito, ya me estás dando todo el dinero que tengas. -En cuanto lo digo caigo en la cuenta de que estoy atracando a un sordo y hablarle no tiene ningún sentido «Joder y ahora que hago» Estaba al borde un ataque de nervios, tanto que parecía que me estuvieran atracando a mí.
Para mi sorpresa, Pedro me empieza a arrimar cebolleta y me empuja con el culo, dándose la vuelta a la vez. No sé si está empalmado o qué, pero tiene la mano en el bolsillo y un bulto sospechoso. «Ostias, ¿y si es una pipa? ¿Y si está aquí también para atracar el local? Ostia puta». Con la oscuridad del local no queda nada claro, así que decido hacerle unas señas apuntando a mi pistola, después a su paquete, y luego sacando el pulgar hacia arriba. Puro lenguaje universal, «Sino ha entendido que le estoy preguntando si quiere atracar la tienda es que es idiota». Me dice que sí con la cabeza. Habrá que repartirse a las víctimas, entonces, señaló mi pistola de nuevo y luego con el dedo índice a él y a mi repetidamente. Asiente de nuevo. Me señalo y saco dos dedos, y luego le señaló y hago el gesto de uno, para hacerle ver que yo voy a por los viejos degenerados, y él se queda con el furro. Dice que sí otra vez, así que nos vamos cada uno hacia un extremo del pasillo.
Mientras voy a por los viejos pienso «que cojones está pasando aquí, esto es surrealista» pero continúo decidido a cumplir mi misión. Los asalto cuando están camino al puesto para pagar. Agarro al marido por el cuello y le pongo la pistola en la cabeza. -Venga señora, la pasta, que no tengo toda la noche. -Entonces el viejales, con toda la tranquilidad del mundo, mete la mano en mi pantalón y empieza a sobarme la polla. Yo, descolocado, hago por liberarme, y me distraigo lo suficiente como para que la señora me dé un golpe en la cabeza con una especie de barra de metal con esposas a los lados. Me tumbó de un solo golpe la vieja.
-¿Qué cariño, nos lo llevamos a casa? Dijo la condenada.
Fue lo último que escuche antes de desmayarme. Cuando recobre la consciencia estaba esposado, con la cabeza vendada en la parte trasera de un coche patrulla, con el sordo al lado, haciendo aspavientos y muecas que parecían indicar que no estaba contento conmigo, no sé por qué. Miré hacia otro lado y apoyé la cabeza en el cristal. Usaré mi llamada para cambiar la cita del podólogo de mamá. Puta vida. Cuando pensé que sería un atraco épico, no me refería a esto.
Para otro punto de vista de la historia > SujetoJ
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