Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado. Pronunciábamos las preguntas cotidianas mientras manchábamos el fondo de varias tazas con los restos de café de la mañana anterior: ¿Hará frío hoy? ¿Curras también por la tarde? ¿Hace falta comprar alguna cosa? . Arrastrando los ojos hinchados de insomnio, nos vestíamos, deambulábamos, nos rascábamos aquí y allá mientras esperábamos nuestro turno para ir al baño. También mirábamos al patio interior intentando no ver las ventanas tapiadas de los demás pisos. Habían ido desahuciándolos uno a uno, cada lunes. En la madrugada de los martes un silencio pesado solía sustituir al estruendo de gritos y golpes. Tomé asiento en el sofá, aún debía esperar para ir al baño. Alargué un brazo para tocar la puerta de la calle. De momento, la madera agrietada se alzaba como un dique tan precario como digno.
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