Injustamente envilecido, dragón de San Jordi.
Lágrimas de fuego. En realidad jamás probaste bocado de las personas que te ofrecieron por sorteo. Ellas fueron en realidad verdaderamente afortunadas. Tan solo devoraste su ignorancia y borraste con tu aliento su miedo a lo desconocido. Fuiste su tutor y les enseñaste el placer por la literatura cada noche como un padre hiciera con sus más hijos pequeños, haciendo que ellos no quisieran volver a su anterior estado de ceguera y falta de conocimiento. Fue tras varios meses que quisiste que todo el pueblo abriera los ojos y aprendieran todo lo que la literatura podía ofrecerles, pero los aldeanos te tenían por un ser monstruoso, viéndote como una amenaza. En ese momento descubriste la manera de conseguirlo. Realizaste aquel hercúleo sacrificio, dejando que el caballero, con el que hablaste en tu morada, te clavara su espada con honda tristeza tras su armadura, pues el había sido tu mejor pupilo.
Fue en aquel instante cuando tu sangre fue trasmutada en rosa, saciando así la sed de nuestra tierra que hasta entonces había estado vacía de palabras.
Deja una respuesta