Mejor que en el pabellón estábamos.
Todo preparado para ver la competición en una pantalla de 75 pulgadas recién estrenada en casa de Luis.
Cada uno se encargó de traer alguna cosa de picar, el listado fue algo así:
Celia los frutos secos y encurtidos
Jorge las patatas, papa delta y demás
Natalia la bebida con algo de alcohol
Lucía la bebida sin alcohol
Y Luis, pues eso, ponía la casa, estaría bueno. Agua, gas, luz, hipoteca, seguros, etc… si te pones a dividir, es lo más caro, y más a día de hoy, que se están volviendo artículos de lujo los productos más básicos en una vivienda.
Aún quedaban unos treinta minutos para que empezara el partido y se notaban los nervios.
Con los pocos que éramos en esta ocasión para una final, teníamos de todas las aficiones, unos con los de casa, otros con los de fuera y otros que se apuntan a cualquier evento en la nueva sede, aunque no les gustara ningún deporte.
Eran tardes de domingo que daba gusto tener. Hacía algo de fresco en la calle y no había para irnos a un bar a verlo, así que Luis hizo de gran anfitrión.
Estuvimos esperando a que llegáramos todos para preparar el refrigerio y mientras hablar del trabajo, los amoríos, algo de política y del posible resultado del partido.
Durante la conversación todos nos quedamos callados al escuchar a Jorge decir que había roto con su pareja y que en esta ocasión ya no iba a haber vuelta a atrás, que se había pasado tres pueblos por sus constantes coqueteos con los compañeros de trabajo y que había incluso pedido cita para mañana y taparse el tatuaje en el que aparecía el nombre de Román.
Ese silencio incómodo y triste, que ya habíamos vivido antes y sabíamos que acabaría así, solo fue roto por la de siempre, Natalia.
“Aprovecha y ponte SPQR, Senatus PopulusQue Romanus y así no tienes que taparte nada, sólo añadir, ¿verdad chicos?” – dijo Natalia con su característico pasotismo y gracia.
El silencio volvió en la conversación, hasta que el propio Jorge empezó a reír y asintió con la cabeza.
“No hay huevos” – comentó Celia.
Luis no sabía dónde meterse, se meaba de la risa, y añadió un “Venga, yo también me lo hago”.
Empezamos a saltar al grito de “No hay huevos”, cayendo los Papa Delta al suelo, los anacardos a la pila, la lata de aceitunas con anchoa sobre el pie de Lucía y a saber que más cosas pasaron en ese momento, pero la piña que hicimos animó y sacó de esa tristeza a Jorge.
La algarabía solo fue frenada por un “¡Qué ha empezado ya!” de la boca de Celia.
Nos sentamos donde pudimos, el piso era pequeño y apenas tenía un sofá de tres plazas y unas sillas de cocina, pero eso bastaba para ver a los hermanos Hernangómez, Garuba y al incombustible Rudy disputar la final del Eurobasket.
Todas las penas, tristezas, jaleos del trabajo quedaron atrás.
Empezaba la final del Eurobasket, otra final para alegrar y unir a todos, ese ratito que te sacaba de la crisis que va a venir, si no estaba aquí ya, te saciaba de la falta de sexo que todos tenían últimamente por diferentes motivos, y te aceleraba el corazón como si estuvieras en la última repetición de las series de un entrenamiento en pista de atletismo.
La suerte estaba echada, todo pintaba bastante bien en el primer cuarto, pero hasta el rabo todo es toro y a saber si mañana se tapaba el tatuaje nuestro Jorge.
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