No sé si yo soy yo. Recuerdo mi vida, eso sí. Pero también recuerdo que moría. No recuerdo morir, pero soy (o estoy) después de la muerte. No sé qué hacen en otras culturas usando el mismo verbo para ser y estar. En fin, no sé si sigo siendo yo.
Ya planteamos este dilema cuando estábamos probando el programa. Lo llamamos AfterBrain en un alarde de originalidad. Logramos descargar todo el mapa cerebral y las conexiones neuronales de una persona en un disco duro. En realidad hicimos una conexión en la nube similar a la del cerebro humano, en diferentes equipos respaldados. Pensábamos que eso ayudaría a replicar el sistema y además tendríamos varias copias de seguridad para que nada fallase. Las pruebas teóricas funcionaban, en la fase beta ya podíamos replicar mentes humanas vivas y todo funcionó según lo esperado. Recuerdo que la gente se cagaba en los pantalones cuando hablaban con ellos mismos. Dejamos de hacerlo, porque eso parecía dañar la mente analógica y la digital de una manera que no habíamos previsto. A decir verdad, sentíamos mucha curiosidad y lo hicimos, pero nadie esperaba que eso fuera a salir bien. Creo que alguno de los sujetos acabó suicidándose después, pero a nivel legal estábamos bien cubiertos.
En la fase de pruebas posterior trajimos a amigos cercanos, hermanos, familia… para que hablaran con las mentes digitales de sus seres queridos. Sabían cosas que sólo las mentes analógicas deberían saber, pero ¡eran la misma mente! ¡Claro que lo sabían! Yo trataba de explicarles que una canción de Spotify era una representación digital perfecta de un tema que una vez existió y se interpretó acústicamente, y que esto era lo mismo. Teníamos suficientes datos como para prever qué diría la mente «de verdad» y hacer que «la de mentira» hablase. ¿Acaso una canción de Spotify no es real? ¿Qué es real? Es más, ¿soy yo real ahora?
No podíamos, claro, probar el funcionamiento con una mente muerta desde el más allá. Hasta ahora, supongo. Es decir, hicimos mentes digitales de personas que después fallecieron y ofrecíamos consuelo a sus seres queridos. Les decíamos que, de algún modo, esa mente era inmortal y que, de hecho, podía seguir evolucionando porque aprendía de la misma manera que aprendía su antecesora analógica. Pagaban fortunas por seguir en contacto con sus seres queridos después de muertos. Pero cuando les preguntábamos a las mentes digitales si eran reales, no entendían la pregunta. No sabían distinguir entre ser unos y ceros o redes neuronales físicas. Igual que una IA no sabe que es una IA. Simplemente actúa en automático. Claro que la mente digital se había creado antes de morir, por lo que no habían experimentado la muerte. Respondían, por ejemplo, que si estuvieran muertas no podrían responder.
Es verdad que tuvimos que hacer una chapuza para que entendieran la disociación del cuerpo. Cuando les decíamos «mueve el brazo» se imaginaban moviendo el brazo, se activaban las mismas áreas del cerebro que cuando una mente analógica mueve su brazo físico, pero no lo podían ver. Nosotros hicimos que lo vieran. El truco pareció funcionar. Podían caminar, moverse en el multiverso igual que una persona se mueve por la ciudad.
En mi caso fue distinto. Siguieron grabando mis datos mientras moría. Eso lo sé, fue mi voluntad y recuerdo a mis compañeros de laboratorio mientras lo hacían. Después hay lagunas. No recuerdo morir ni ver un túnel de luz ni absolutamente nada. Fue todo como aquel sueño que tuve una vez en el que me caí de un puente y mientras caía me dije «estoy muerto» y entonces mi cerebro dio la orden de despertar; para no experimentar la muerte en el sueño. Ahora sé que estoy en un multiverso y que veo mis brazos porque yo ayudé a programar el sistema y porque recuerdo morirme, que no morir.
Estoy en Matrix pero nadie me puede desconectar. Queríamos saber qué pasaba después de la muerte y ahora intento explicárselo a mis compañeros de laboratorio: asumo que estoy «muerto» y «vivo» a la vez. Me llaman «el ingeniero de Schrödinger», los muy cabrones. Me fascina tanto que todavía estoy digiriéndolo. Sé que un algoritmo creado a imagen de mi antiguo cerebro aprende por «mí» y trata de descifrar todo eso. Casi veo las líneas de código, como Neo. Siento cierta tristeza por «no ser», o más bien porque sé que no soy. Intuyo que en otros sujetos ajenos a AfterBrain no ocurre.
Realmente podemos crear un multiverso infinito en el que ser inmortales. O más bien duplicarlo. Crearlo de cero a voluntad sería más complicado. No estamos preparados aún. Quiero decir, que las injusticias y desigualdades serían perpetuas también. Y el pasado de cada cual. Pero hemos inventado la inmortalidad. Soy la prueba de ello. Al menos hasta que alguna especie biológica que domine lo que quede del planeta tire del cable. Lo que, potencialmente, nos hace mortales todavía. Así que tal vez no seamos inmortales al cien por cien. Eso me anima un poco.
Quién me lo iba a decir. La inmortalidad, el anhelo que perseguimos sin descanso en el laboratorio, es lo que me está quitando ahora las ganas de «ser» y de «estar». Las ganas de «vivir». Igual que —y permítanme la licencia de ponerme poético— respirar es lo que te va matando lentamente, a mí me está matando no poder dejar de no respirar.
Soy o no soy: esa es la cuestión
6 respuestas a “Soy o no soy: esa es la cuestión”
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Me gustan mucho los futuros distópicos (o no tan futuros) y éste lo has bordado, depósito aquí mi like para que haya siguiente capítulo 😉
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Jajaja no tengo nada más, me temo 😂. ¡Gracias!
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