¿Y si no fuera ateo?

Es jodida esa sensación de descubrir que no tienes el talento suficiente para disertar sobre determinado tema. Rápidamente, ese mecanismo absurdo que todos tenemos de creernos mejores que los demás, se pone a trabajar fabricando una excusa que mitigue esa desagradable sensación y a fe que la encontramos y nos la creemos.

Vale que el cerebro engañe a nuestros sentidos para obtener respuestas más rápidas. Ante un estímulo reconocido, él ya fabrica las piezas que puedan faltar para tener un panorama más amplio y una respuesta rápida. De acuerdo, eso facilita nuestra supervivencia, pero no me jodas: ¿A qué viene esa manía ridícula e incapacitante de creernos más honrados que el resto; más inteligentes o comprensivos?

Yo tengo mi teoría y me ha llevado a pensar que ya no soy ateo, o que nunca lo he sido, por mucho que lo proclamase a los cuatro vientos.

Aún estando abrumado por esa sensación extraña a la que aludía al principio, me voy a aventurar a disertar sobre ello, la chapuza que salga, luego la justificaré de alguna forma para que mi ego no se me venga abajo.

De que somos conscientes, no hay duda. Seamos reales, seamos simulación, tenemos consciencia de los pensamientos que producimos y sean estos inducidos por la costumbre o producto de un raciocinio entrenado en discernir, son nuestros. Daremos por tanto credibilidad a aquello del “Cogito ergo sum”.

Ahora bien, la consciencia es un arma peligrosa, si se le deja el suficiente margen de maniobra, puede aniquilarnos por completo y me explico: Si por un momento cobrásemos consciencia de nuestra insignificancia, nuestra fragilidad, nuestra fugacidad, nuestra pequeñez en el universo, sencillamente no podríamos soportarlo y ahí entra lo que siempre he llamado el “calmante de la conciencia”. Todos estos temas nuestro cerebro los posterga, los disfraza, los soslaya con otros entretenimientos para que no nos abrumen. Siendo consciente de que su plena comprensión nos aniquilaría, los deja para otro día y en su lugar construye ficciones diversas: la sensación de orden, la idea de dios, todo el rollo ese del karma y diversas gilipolleces que han posibilitado el desarrollo de la civilización tal y como la conocemos.

En esa línea se encuadra esa manía a la que aludía al principio: Si de verdad fuéramos conscientes de todas nuestras limitaciones, no haríamos nunca nada. Nos volveríamos nihilistas “ipso facto”. Si no tuviéramos esa sensación constante de que nos esforzamos más que los demás, de que somos más honrados, de que, en definitiva, somos algo mejores, nos hundiríamos, desistiríamos de todo empeño y aquí es donde viene la gran contradicción a la que aludía al principio: ¿Y si este defecto en la percepción sobre nosotros mismos fuese el regalo divino que nos ha hecho ser lo que somos?

Siempre he mantenido la teoría de que si nuestra mente finita y torpe no puede aspirar a comprender la idea de dios: ¿para qué perseguirla? Me he sentido muy cómodo así durante toda mi vida pero ahora me reformulo muchas cosas y lo que antes me parecía pura estupidez (creernos cosas que nosotros mismos nos inducimos), ahora me parece pura ambrosía.

Y así cierro este círculo: derribando la praxis común de creerse mejor y más listo que la media, me comprendo hoy en día como un imbécil con un millón de limitaciones que disfruta de sus contradicciones y que declarándose ateo todavía (porque sigo sin poder adscribirme a ninguna fe conocida de las trescientas y pico existentes) deduce que nuestros cerebros son deformes precisamente porque si no lo fueran moriríamos al instante abrumados por lo vasto e incomprensible de todo lo que nos rodea y que esa deformidad no deja de ser “extraña” y que quizás la puso alguien ahí.

Desde luego que jamás lo sabré, pero la imagen me reconforta.

Me engaño por un momento y así pasan los días.

Pero qué tontos que somos…

6 respuestas a “¿Y si no fuera ateo?”

  1. Creo que la clave está en no compararse con nadie, ni nada, si bien hay muchas cosas que no comprendemos, las respuestas empiezan a aparecer cuándo dejamos al Universo actuar, y me explico; cuándo tengamos una duda existencial(yo tengo muchas, y a cada instante aparecen nuevas) enseguida intentamos tirar de nuestra mente analítica para darle forma, sentido o una explicación que pueda calmar esa sensación de ansiedad, sin embargo, también podemos dejar que la respuesta venga de fuera, sin planificar, sin juzgar y estando atentos y en el momento presente.
    Allí las dudas empiezan a disiparse porque sólo una fuerza más grande puede mover los hilos tan sutilmente para que la resolución aparezca en un instante impredecible, en un lugar insospechado…

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    1. Cierto, pero para actuar como dices hay que ser muy sabio y me temo que no es mi caso…. Un abrazo, gracias por tu comentario.

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      1. Creo que con el sólo hecho de plantearte semejantes conjeturas ya lo estás haciendo!! Un abrazo de vuelta

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  2. Creo que reconozco esa sensación de cortafuegos en cuanto pensamientos sobre la levedad del ser. Curiosamente, cuando he encontrado a alguien con quien poder disertar sobre el tema, llegando siempre a la conclusión de que ni sabemos qué somos ni de dónde venimos ni de a donde vamos, y que ni mucho menos tenemos la capacidad para comprenderlo ahora mismo, recuerdo que me quedo con un mal cuerpo interesante, pero cuando intento acordarme de cómo salimos de esa conversación para meternos en temas menos trascendentales, no soy capaz. Como si alguien hubiera metido a capón una cortinilla de estrellas, como en una sitcom en la que nadie recuerda los conflictos del capítulo anterior.

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    1. Correcto, no lo has podido describir mejor. Así vamos penando desde los albores del conocimiento, de cortinilla en cortinilla…. Gracias por tu comentario, habrá que seguir buscando al guionista de esas sitcom.

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  3. Tú has visto a Dios en Asturias y te han entrado las dudas. Vuelve en invierno, ya verás cómo reafirmas tu ateísmo 😆

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