La Vocación de las Patatas

—No voy a hablar nunca con una máquina.


Y colgó el teléfono. Satisfecha por haber manifestado un principio. Tener principios era ofrecer resistencia al día a día caótico sin sentido. Tener principios era ser una persona, no un borrego, era ir más allá de los impulsos corporales. Dicho esto, volvió su cara hacia la televisión y le ordenó salir de su mutismo. Quería que la entretuviera, que le contara cualquier cosa:


—…ha sido a las diez de la mañana, cuando el ministro del interior lo ha confirmado. Y ahora vamos con más noticias. Precisamente hoy se cumple un año desde el fin del secuestro de telómeros, su acortamiento continuado es el que provoca el envejecimiento de las células. Así lo explica Torregrossa, catedrático de biología molecular, sí, quién no sueña con eso, la detención del acortamiento telomérico supondría la inmortalidad de nuestra especie. A lo largo de la historia cientos de mitos han coqueteado con la idea. La piedra filosofal…


Mierda, pensó. Las patatas. Se asomó a la freidora, y al estilo caldero negro observó con la tranquilidad de quien no sufre, cómo crepitaban implorando socorro. Era una vida cruel la de las patatas.

—Una patata nace con una vocación, os dicen en el colegio de las patatas y tal vez, en secreto, a alguna patata aventajada: “tal vez tú sirvas algún día para hacer vivir a otras patatas”. Pero a las masas, a vosotras, en una esclavitud indeseable: “entregarse al hombre es lo más respetado que puede hacer una patata decente, no os resistáis” y ante la alargada sombra de las multinacionales tomateras, la cifra de ventas de los grandes bestsellers para patatas como “¿Hay vida después del kétchup?” se dispara. Lo siento pequeñas. Sí puedo aportar cierta tranquilidad al respecto, estabais alimentando a una humana de categoría, a una mujer revolucionaria. Pero qué digo, os he dejado chamuscadas en aceite hirviendo. Eso no se hace.

Y con una risita resuelta las escurrió brevemente sobre la piscina de aceite de girasol, ordeñado en alguna fábrica en Dios sabe qué condiciones. Su despreocupación era inversamente proporcional al hambre que sentía, siempre escasa excepto una vez a la semana que se elevaba a la categoría de voraz. Hasta el hambre es clasificada de millones de maneras distintas. La vida, al igual que el hambre, consistía en llenar el vacío que se iba creando con las fluctuaciones diarias, había que llenarlo con lo que uno tenía al alcance y el vacío es la muerte. Estaba convencida: detrás de cada movimiento había un intento de supervivencia, un esfuerzo por huir del gran abismo, de la caída al olvido.

Una respuesta a “La Vocación de las Patatas”

  1. Me quito el sombrero ante describir la vida con patatas agonizando en freidora.

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