Llueve en mi lienzo cuando sumerjo el pincel y juego con las acuarelas de colores. Los recuerdos nunca son una copia exacta de lo que en realidad experimentamos, sino que los difuminamos con una pátina cuya única premisa es “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Anestesiamos nuestro dolor así, de una forma casi imperceptible, y por eso lucho con todas mis fuerzas para que mi mente no se empañe de nostalgia. ¿Cómo se puede echar de menos algo que nunca llegó a ser tuyo? Las preguntas se agolpan y sigo sin saber si creer en el destino o pensar que son las decisiones las que escriben nuestra vida. Recuerdo ahora esa tarde lluviosa de noviembre en la que tu propuesta quedó bailando como dos noches atrás nosotros lo habíamos hecho. Sin embargo, el miedo se apoderó de mí, y pensé que si aceptaba estaría entrando en un laberinto del que difícilmente encontraría la salida. A día de hoy me pregunto, si las cosas hubieran cambiado de haberme adentrado entre los sinuosos setos, que aun a día de hoy desconozco si me hubieran llevado hasta tu corazón, o si solo hubiera acabado sin rumbo, para siempre.
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