La tarotista escéptica predice su pasado (delirio de cartas II)

Nuestra protagonista sigue sin fiarse un pelo de las cartas. Unos cartoncitos con colores y unas figuras un tanto chuscas no pueden tener tanto poder. Más bien ninguno. Vamos, de risa.

De risa como la juerga que se traen las tres damas de copas, bailando y festejando como una vez hizo ella, cuando la grabaron con un móvil dando vueltas sin ningún problema en compartir todos sus dones.

La verdad que la pobre hace lo que puede, predice y se corrige. Adivina y acto seguido surge la voz impaciente del sentido común. No lo sabe, pero tiene un as de espadas metido en su cerebro. Una afilada lógica racional, acero de pensamiento puro sin pizca de compasión por ella.

Así que le da la vuelta a su as de corazones para vaciarse de si misma y se esconde en el armario. Pero como tiene su móvil, no se puede contener y llama a la tarotista lista y le formula “la pregunta”.

Lo que se dijeron en esa conversación nadie lo sabe, pero nuestra amiga comenzó a soñar con 4 figuras bailando.

La primera es un atractivo emperador, gobernador del imperio del sentido común donde todo funciona. Todo es como debe ser. Vestido de negro, más que bailar, sigue gobernado al ritmo de la música.

Una emperatriz boca abajo que a veces se gira y se convierte en la dama de la justicia. Es una mujer bellísima que juzga todo lo que ve y que le recuerda lo que está, bien, lo que está mal, lo correcto y lo que no.  Tensa y seria, a veces usa su risa para que los demás bailarines pierdan el paso y la admiren para acto seguido recordarles el uno dos tres adecuado.

La durmiente está fascinada con estas dos figuras, las envidia y las teme. Baila con ellas asustada, acomplejada, temerosa como la dama atada y cegada rodeada de 8 espadas sobre arenas movedizas. Algo va mal en este baile. Lo sabe, lo intuye, pero cierra los ojos y sigue bailando.

La tercera figura es un ermitaño de pelo casi blanco, discreto, que mira el mar y la luna sin ninguna prisa. Tampoco baila, sino que la mira dar vueltas y vueltas. Si pudiera se iría a bailar con él, solo un rato. Para calmarse. Para encontrarse.

Y la cuarta figura es ella misma que va cambiando de disfraz, de reina dorada, de esclava de un diablo, jugando con dos monedas de oro o con diez bastos que la aplastan con su peso.

De repente la sala se incendia y todos acaban cayendo por las ventanas sin que haya nada que pueda salvar el sueño. 

All despertar la tarotista escéptica se da cuenta. Ya no puede hacer nada, ya no tiene el control.

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