—Oh, musa. A ti debo mostrar mis respetos, pues eres aquella que con su gracia guiará mis labios, mis dedos, mis palabras.
»Oh, Calíope, ven a mí, acude a mi llamada, te lo ruego. ¡Te lo suplico!
»¿Te quedarás callada? ¿Dejarás que me consuma la frustración, que me devore el olvido, que me entierre el silencio?
»Oh, tú que nos ayudaste a entender que la muerte forma parte de la vida, porque solo la vida trae creación y, ¡cuántas obras creaste que versan sobre la muerte! ¡Tantas, tan bellas, tan conmovedoras! Tan… humanas.
»Tú, que con tu don nos ayudaste a vencer a la muerte, al silencio y al olvido, ¿me ayudarás? ¿Me considerarás digno de tu atención?
»Cuéntame, ¿quién eres? ¿Qué eres? ¿Calíope es tu único nombre? Tus ojos de mármol me reprochan tales preguntas, pero debo hacerlas.
»¿Eres una diosa? Con tu nombre, tu ego, tu personalidad… Un mortal venido a más. ¿O eres otra cosa? Una personificación del acervo de conocimientos, ideas e impulsos creativos que nos vertebra a la humanidad.
»Cuando le otorgas tu regalo a alguien, ¿tiene mérito o culpa esa persona? ¿O es todo tuyo, y solo nos bendices con migajas de divinidad?
»¡Maldita sea, Calíope, contéstame!
—Caballero, por favor, ya le hemos dicho que no puede tocar la estatua. Acompáñeme fuera.
No encontré fuerzas con las que oponerme. Acompañé al guardia de seguridad fuera del museo y caminé hacia mi casa cabizbajo, mientras miles de ideas se aparecían ante mis ojos para mi próxima novela, pero ninguna el tiempo suficiente para verla con claridad. ¡Maldita la musa!
Hablando con la musa
3 respuestas a “Hablando con la musa”
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«Y la tarde enseña la cintura
Y el tiempo enseña que hay cosas que no se curan
Y las musas huyen si las asedias
Y otra canción que va a quedar a medias…»(Transeuntes, Jorge Drexler).
¡Me ha recordado…! ¡Viva Calíope!
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