Eran las 13.30 hrs. y hacía un calor insoportable, pero el niño se encaprichó de querer ir a las pistas a dar unas patadas a la pelota.
Estaba saliente de guardia, sin dormir en las últimas 24 ó 28 horas, no había desayunado y mañana volvía a entrar a trabajar. No tenía la cabeza para decirle que sí, pero tampoco podía decirle que no, demasiadas horas sin jugar con él.
Me armé de valor, nos dimos crema, cogí la mochila con agua, el balón, el móvil y la cartera (por lo que pudiera surgir) y nos fuimos a ese campo lleno de agujeros situado a apenas 300 metros de casa.
Fueron 300 metros que me recordaron a la última carrera que corrí en las fiestas del barrio a unos 36 grados, ¡qué locura!, pero había que apoyar a las actividades de la comunidad donde vivimos.
La luz se hizo cuando me encontré por el camino con otro papá que también había “colado” para bajar a esas horas y con esa temperatura a tirar unos penaltis y a hacer unos regates, antes de volver corriendo a casa a ducharnos, hacer la comida y comer… porque la grande seguro que seguiría leyendo, bailando o jugando con el dichoso móvil.
Hablé con Luis, el papá de Marcos, del verano, del trabajo y de todo lo que está ocurriendo últimamente, con intención de arreglar algo, pero sabemos que con la palabra solo no se soluciona nada. Nos desahogamos.
Me puse primero de portero, mientras jugaban al mejor de 3. Estos niños le dan a la bola como si hubieran nacido con botas y una equipación puesta ya, algo parecido lo que les pasa con las tecnologías, pero con el balón.
Así durante unos 40 minutos, hasta no poder aguantar más. Cada pareja a su destino, algunos con piscina y otros con ducha.
Volvimos a casa y todo fue como estaba pensado, sin novedad alguna.
Pasado mañana, más y mejor de lo mismo.
¿Cuándo empieza el colegio?
Deja una respuesta