Andy Y Alfred – 2ª parte – Estiramientos

Caminaba a paso rápido. Zapatos planos de punta. Iba, como siempre, cargada de carpetas y carpesanos con papeles medio saliéndose. Estaba muy enfadada. El ceño fruncido formando una V encima de su nariz y los labios apretados. El cuerpo inclinado hacia adelante mientras caminaba.

Llegó a los escalones del juzgado. Se quedó parada a los pies de la escalinata y una ráfaga de viento le levantó el pelo y la falda ancha se le acampanó. Se quedó mirando fijamente un báculo que había justo al lado de la puerta. Nunca supo para qué era, pero le serviría. Ahí llegaba su «querido amigo» de nuevo con esa sonrisa estúpida en la cara que lo único que quería decir es: «soy un lameculos.»

Puso un pie decidido en el escalón, el viento volvió a soplar. Sonrió. Mientras su cuerpo cogía impulso para subir corriendo las escaleras, una mano agarró su hombro con fuerza y le impidió subir.

Giró su cabeza con brusquedad y ahí se encontró a Mr. Sonrisa Estúpida negando con la cabeza.

Se zafó y comenzó a subir. En el segundo escalón el viento la elevó, pero ella alargó su brazo como un chicle Boomer Maxiroll por los 82 escalones y se agarró a ese báculo.

El viento era tan fuerte como una tormenta en alta mar. Esta vez no se le escaparon los papeles porque enrolló su otro brazo 3 veces por las carpetas, así que estaban bien cogidos.

Mr. Sonrisa Estúpida le cogió el pie. Como pudo le dio una patada y comenzó a acortar el brazo estirado para ir ganando distancia. Tuvo que estirar las piernas como si fueran queso fundido para coger impulso con una farola que había justo detrás en la acera. Eso le hizo ganar mucha distancia. Pero aún le quedaban 24 escalones. Empezó a enrollar su brazo en el báculo ganando algún otro escalón. Mr. Estúpido llegó flotando con su bastón y solo el hecho de verle la cara le dio fuerzas para hacer el esfuerzo más grande y medio estrellarse en el báculo. Se giró hacia Mr. Estúpido para ver cómo se le había borrado la sonrisa de la cara. Sonrió. Sabía que una vez traspasara la puerta, se acabaría todo.

Por suerte estaba abierta. Estiró un pie y alargó la pierna 2 metros hasta meterla dentro, asegurándose que no se cerrara. El resto era pan comido.

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