Era la rara entre su clan de brujas, siempre desconfiando de las tiradas con significados tan amplios que a cualquiera le venían bien. Era la rara en su trabajo con personas de ciencia, siempre buscando señales y orígenes místicos a las enfermedades del cuerpo.
Buscaba una explicación científica a su pasión por el tarot y un destino escrito en las estrellas a su dedicación al avance científico.
Un día entró en colapso.
Estaba entretenida intentando ver figuras en los posos de un vaso de agua. Veía figuras de lo más variopinto en las gotas, se agrupaban conformando un dragón o se separaban y le recordaban a una explosión nuclear. De ahí su cabeza siguió un hilo invisible, pensó en la carta de la templanza y la estrella, ambas jugando con el agua, calma y delicadeza y luego en la torre, caos total.
Luego recordó su examen de la selectividad donde le preguntaron por la molécula del agua y de ahí al sumo sacerdote. Cuantas enseñanzas científicas habían ocupado su cabeza que la misma ciencia se había encargado de descalificar después.
Volvió a las gotas del vaso y ahora veía la carta del sol y después pensó en sus vacaciones y las ganas de que empezara a llover. En sus amigos que venían a brocearse con su alegría y que nunca veían la luna que vendría después. Entonces movió el vaso y claramente se dibujó una guirnalda la que encuadra a la reina de oros.
Su mente se alejó del vaso y recorrió la carta de la reina hasta acordarse del pequeño conejo al lado de su trono. ¿Por qué esta reina tiene un conejo y no un gato como la bruja de la reina de bastos? Un conejo hambriento, sin agua ni zanahorias. Ella tenía dos gatos negros. Por decisión consciente y meditada pero influida por la luna. Maldita luna la de la semana pasada que no se veía por estar nublado y provocó un cataclismo mundial. La gente comenzó a hacer cosas muy locas y sin razón aparente. Y de la luna pasó a la langosta que toma baños de luna en el tarot. Y recordó que su locura había que trocearla y tomarla de a pocos hasta poder convivir con ella.
Y volvió a pensar en la reina de oros, cuidando, animando, viendo en los demás todo el potencial que era incapaz de ver en ella. En la reina y en ella misma. Que locura.
¿Locura?, de ahí a la carta del loco. Con ese bocado en la pierna hecho por un perro hambriento. Como el conejo de la reina de oros. Espera, ¿conejo de la reina?, y se echó a reir.
El perro y el conejo pasado y futuro.
El sol se ríe, la luna digiere, la estrella lo escribe y el agua de la templanza apaga el incendio de la torre.
Se dijo a sí misma: ¡Vaya, las cartas reflejaban mucho mejor mi caos mental que cualquier tratado de conexiones neuronales!
Y se fue a trabajar al hospital intentando entenderlo.
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