El insomnio ocupa las dos alturas;
cuenta con ascensor propio y se agarra
como un gato furioso al muslo de una pierna cualquiera
que trata de subir por la escalera
de peldaños metálicos aun por desatornillar
y colocar por ahí, en horizontal,
para que sirvan de puente en un pequeño río del norte
de la península, aunque también se esté secando
y solo queden algunas piedras redondeadas por lo que allí pasó
y ramas y babosas y una trucha aguantando el aire.
Lo perenne es caduco.
Justo por eso urge desmontar una litera
y luego otras.
Desahuciar el arriba y hacer habitable el abajo.
Soñar codo con codo,
acariciarnos contra las pesadillas
y despertar al gallo,
pillarle por sorpresa,
y así,
como si nada,
decirle que amanece.
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