Daltónicos momentos, parecido a un escenario idílico trifásico pero libre de tóxicos. Bueno, al menos de los poco usuales.
Ventas cerradas con el brillo inmaterial, cerrojos abiertos por arte de magia que hace tiempo se oxidaron herméticos.
Gotas de felicidad. Arranques peligrosos pero eufóricos. A ver quién le dice al niño turbio que ya no es, que no existe más. Que sus angustias eran vanas todo el tiempo, y que el futuro iba a arrojar sonrisas sinceras y llantos de color.
Y, sobre todo, libertad frenética. Incandescente e inesperada, que es lo mejor de todo.
Al chico gris que veía semicerrada la ventana de su futuro, si le ves, me le cuentas que ahora la vida ofrece conciertos nutridos de calles decoradas de valentía, ambición y autoconocimiento.
Y el tuerto que manejaba el barco ahora cartografía con la habilidad de un ser «casi» omnipotente.
Pero por ahora se acabaron los viajes esclarecedores. Toca nutrir las bodegas y establecer nuevos rumbos para el futuro.
Y, si sigo dejando que el caos sea mi vigía, seguirá besando mis párpados la diosa Fortuna.
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