ENTRÉ EN EL AULA y me senté en la primera silla que vi. Todavía era temprano, había llegado media hora antes, pero siendo la primera vez que asistía a un club de lectura, prefería ser el primero antes que el último. Es algo que solo las personas tímidas entendemos, no tiene demasiada importancia.
Esperé media hora y luego esperé otros diez o quince minutos. No me cuesta esperar, siempre tengo un libro que leer o un cuento que escribir. Sin embargo, aquel día no podía darme esa clase de lujos porque me había jurado ir a ese club. Mi vida siempre ha sido algo solitaria y pensé entonces que conocer a otras personas con mis mismos intereses me ayudaría a soltarme y hacer amigos, así que no podía faltar.
Entonces vi asomarse por la puerta a un carrito de la limpieza y, tras él, a una pequeña mujer con la piel curtida y la mirada cansada.
—¡Perdone! —la interpelé.
—¿Sí? —se apresuró a contestar con voz trémula—. ¿Necesita algo, joven?
Me acerqué a ella de forma instintiva pero noté incomodez en su rostro así que retrocedí. ¿Había sido muy brusco? Quizá la mujer no estuviese acostumbrada a tratar con gente en su trabajo. Pero aquello, sin duda, era un colegio…
—Perdón, es que he venido a un club de lectura, soy nuevo y se suponía que empezaba hace diez minutos. ¿Sabe usted sí… están en otra clase?
Ella dudó unos instantes, luego torció el gesto.
—Aquí no hay ningún club de nada, muchacho —respondió con sequedad—. Te has equivocado.
—No, pero… —comencé mientras me giraba a hurgar en mi mochila—. Ayer me dieron un flyer con la información. —Chasqueé la lengua—. Lo que pasa es que no sé dónde…
—Le recomiendo que se vaya cuanto antes—sonaba ella a mis espaldas.
Yo seguía enfocado a encontrar ese maldito papel.
—¿A qué se refiere? —pregunté.
Se hizo el silencio por un par de segundos.
—Vete. —La voz sonó lejana, como un narrador omnisciente al inicio de una película de terror—. Antes de que te encuentren.
Me giré con la piel de gallina y una extraña sensación en el corazón.
El carro de la limpieza y la señora ya no estaban y todo en aquel lugar parecía haber envejecido de golpe cincuenta años: faltaban baldosas en el suelo, las paredes y el techo amarillentos y desconchados…
Incluso a la silla le faltaba ahora el respaldo.
«¿Qué cojones ha pasado?», pensé, y me froté los ojos buscando deshacer aquella ilusión. En la distancia sonaba algo… un retumbar regular, cada vez más cerca.
«Vete. Antes de que te encuentren».
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