Tras la tormenta
siempre llega la calma.
Dicen.
Mas las tormentas emocionales
toca a uno mismo apaciguarlas.
Cada cual tiene sus tiempos
sus modos y designios
sus ciclos, su destino.
En mi caso… yo vivo,
me maltrato con ron-cola
vuelvo al cigarro
y provoco desgarros
en mi propio corazón.
Cometo locuras
de una noche,
de un día,
de vida.
Los azares
del derroche nocturno.
También escribo
lo que siento
lo que pienso
mis remordimientos
a veces los expongo
u otras los oculto.
Pero siempre,
siempre,
me sincero
con mi corazón
conmigo
con la causante de
mi desatino.
Incapaz soy de albergar
rabia, ira u odio
en mi alma
no hay cabida
para dichas emociones.
Me cansan, me agobian,
me estorban, me nublan.
Crean un muro
y yo…
tiendo puentes.
Por eso las canalizo
creo algo indigno
que quemo
en mi fuero interno.
O las transmuto
creo algo digno
que presento
a quien lo inspiró.
Así soy capaz de aportar
algo de luz al mundo.
Extraer de lo profundo
una claridad nítida
que me permite ver mejor
mis fallos, mis errores
y así enmendarlos
o al menos intentarlo.
Así vivo y he vivido
desde chico.
No sé por qué
pero,
hasta hace poco,
lo había olvidado.
Tanto rato he pasado
deambulando en la oscuridad
de mi propio ser,
mi ego,
que había olvidado
lo importante que es perdonar
con el corazón en mano.
A ti, lo primero.
A los demás, después.
Pues nadie es perfecto.
Nadie está exento de errar.
Agradecer todo lo vivido
y seguir mi camino
con humildad
me permite avanzar
con la frente en alto,
la conciencia tranquila,
mirando a los ojos
de frente,
sin titubear,
a quien sea que fuere
que se ponga delante.
Eso me hace fuerte,
me hace inerte
ante el comentario
del Ser inconsciente.
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