Quizá una de las pocas ventajas que tenga usar gafas, es la posibilidad de quitárselas. Como un superpoder de marca blanca, que disfraza el mundo como una borrosa amalgama.
Salgo a pasear y me quito las gafas, no quiero ver como el mundo arde mientras la gente lo celebra en los bares.
Esa parte de la sociedad, que vive una estafa de ceros y unos en las redes sociales, centrados en sus pantallas, perdiéndose la amplitud del encuadre.
Salgo sin gafas para no ver mi rostro reflejado en escaparates, ni compararme con otros sin admitir mis maldades.
Cierro los ojos y me siento Memento, ¿está el mundo ahí? No lo sé, no lo siento.
Al abrirlos el presente sigue siendo cierto, pausado, en borrosa calma. Vuelvo a ponerme las gafas y todo brilla por un momento, descubro la realidad, y me las quito de nuevo.
Pienso en Machado, en si sus huesos sentirán tormento, al notar que un terco como yo está a punto de parafrasear sus versos.
Caminante, son tus huellas
sin destino las que te hacen llorar.
Caminante no hay camino, si te quitas
las gafas al andar.
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