Laura nunca se ha casado. Vive con su madre viuda en el pueblo, de la que cuida cuando ésta ya no pudo cuidar más de sí misma, una señora mayor, impedida. Se negó a meterla en la residencia para poder irse y hacer su vida, pensó que su vida no era incompatible con su madre, no por razones morales sino quizá por un error de cálculo. Entonces doña Victoria se valía por sí misma y Laura pensó que le saldría trabajo o marido, una vez acabó sus estudios administrativos, pero la cosa se fue alargando. En aquel tiempo vivía don Antonio y el hecho de que ella faltara no era un inconveniente para que la vida siguiera su transcurso. Pero tanto los novios como los trabajos se fueron yendo igual que fueron llegando. La temporalidad se fue convirtiendo en una lacra. Sucedía en el pueblo en el que pasó su infancia, en la ciudad cercana donde estudió y vivió durante su juventud y en el extranjero, donde decidió irse una temporada a aprender idiomas. Al no tener nada estable se vio obligada a los años, a volver a la casa familiar donde le esperaba su madre viuda y anciana. En parte lo hacía por obligación, le daba cierta angustia verse relegada a esa vida tan falta de nuevas expectativas, tan rutinaria, pero al mismo tiempo, tenía el sentimiento nostálgico de volver a casa, como si allí la esperase lo de siempre, su entorno conocido, la calidez de su hogar, algo que ahora necesitaba para reconfortarse.
Cuando regresó a casa más de una década después, encontró a una anciana por madre, con la mirada ausente, tal vez buscando a don Antonio, tal vez viviendo aún en otra época. La casa repleta de recuerdos, tampoco impasible al paso del tiempo, aparecía desvencijada, desvalida, como su madre, apenas si podía tenerse en pie. Una visión capaz de hundir a cualquiera, con tanto peso emocional. Pero Laura tomó aire y dio un paso al frente atravesando el umbral, sabiendo que en ese gesto iniciaba una nueva etapa. Sabiendo que lo que fuera que guiase su vida en aquellos momentos estaría dentro de esas cuatro paredes que un día fueron su hogar, hoy convertido en pasado decadente. Al entrar en la casa dio un abrazo a su madre, sentada en su silla de ruedas donde se manejaba mejor. Su olor era el mismo de siempre, sus ojos enterrados en arrugas, no habían perdido la luz que un día tuvieron, eso alegró a Laura como si reconociera algo propio en aquél lugar. En una repisa cercana, una fotografía de sus padres años atrás, se miraban en una sonrisa cómplice, agarrándose los brazos. La vista de su madre se desvió un instante encontrando el retrato, luego miro a Laura como queriendo decirle algo. Laura le devolvió un gesto dulce y le apretó las manos, ahora estaba allí y no iba a dejarla, había mucho que hacer en aquella casa pero lo más importante era quedarse y cuidar de su madre, seguir adelante. La vida debía continuar y Laura estaba allí para ser el eslabón de esa cadena que, lejos de ahogarla, las salvaría a ambas de la soledad, guiándolas hacia un nuevo rumbo.
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