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A cada paso que daba, adentrándose más y más en el bosque, el sonido que emitía el talismán era cada vez más alto, hasta el punto de ensordecer a Adelheid. Y, de repente, enmudeció. La mujer estaba en la linde de un claro, con un pequeño estanque en el centro, rodeado de piedras blancas y alimentado por un arroyuelo.
Ahora que el sonido del talismán había cesado, los sonidos del bosque brillaban. El agua corriendo limpia. Pájaros cantando y golpeando las ramas. Insectos zumbando de aquí para allá. En el estanque, un sinfín de ranas croaban armoniosamente sin descanso.
Adelheid reconoció un pequeño altar. En honor, probablemente, de otro espíritu del agua. Si el Jouhikko Froskurinn estaba aquí, lo primero que tenía que hacer era mostrar sus respetos al espíritu.
Se acercó con cuidado y se arrodilló frente a un pequeño montículo de piedras blancas en la orilla del estanque. «¿Qué puedo ofrecer en sacrificio?», pensó mientras miraba a su alrededor. Agarró a una de las muchas ranas que poblaban el estanque y la colocó en una gran piedra blanca.
—¿Qué haces? ¿Vas a sacrificarme? ¿Para invocarme? Te bastaría con una pequeña libación, ¿sabes? —La rana se quedó mirando a la valquiria—. ¿Qué? ¿Te has quedado muda? Cómo sois los mortales.
«¿Justo esta rana tenía que ser el espíritu?», pensó Adelheid.
—Todas somos Tjörn. —Todas las ranas hablaron al unísono.
—¿También lees los pensamientos?
—Soy un espíritu del agua —dijo la rana que había cogido en primer lugar.
—De los manantiales —dijo otra a su derecha, con una voz distinta.
—De los arroyos —gritó con voz aguda otra a su izquierda, un poco más lejos.
—Y por tanto, también de la reflexión —dijo la primera.
—Del conocimiento —afirmó con solemnidad otra a su espalda.
—¡Y de las adivinanzas! —dijeron varias a la vez, riéndose.
—Menuda decepción —dijo la primera con un largo suspiro—. El primer acertijo que me traes es demasiado fácil. ¿Qué hace aquí una humana? Aquí no hay otra cosa: vienes a por la Lira de la Rana.
—¡Adivina por qué se llama así! —rieron varias ranas por el fondo.
—¿Porque tú eres su guardián?
—¡Sí! Y no te la puedes llevar —dijo otra rana distinta.
—¿Puedes hablarme desde una sola rana, Tjörn?
—Puedo —dijo la primera rana, con voz grave.
—¿Quiero? —Sonó al fondo, y un estallido de risas llenó el claro.
—Sí, quiero. Lo que no quiero es volverte… ¡loca!
—No tengo tiempo para esto, Tjörn. Mi hermana está en grave peligro y necesito el Jouhikko Froskurinn para salvarla.
—Usas mi nombre como si fuésemos viejos amigos. ¿O quizá tratas de utilizar el poder de mi nombre en mi contra? Seguro que sabes que conocer el nombre de un espíritu te otorga poder sobre él, ¡pero no sobre mí! El mismísimo Padre de los Dioses, Wotan en persona, me ató a este lugar, con un único propósito.
—¿No hay nada que pueda ofrecerte?
—El Jouhikko Froskurinn no puede salir de este claro. Es un artefacto demasiado poderoso. ¡Demasiado poderoso! ¿Qué pasaría si cayera en malas manos? ¿Qué pasaría si se utilizara para obras deshonrosas?
—¿Salvarle la vida a mi hermana te parece un acto maligno, espíritu? Además, si el artefacto está aquí, en el mundo mortal, y no en los salones de Wotan es porque el Padre de los Dioses quiere que los mortales puedan acceder a él. ¿Y si me comprometo a devolver la Lira cuando haya acabado mi misión?
Las ranas quedaron en silencio unos instantes.
—Hay… una posibilidad, humana. No percibo maldad en ti, ni en tus pensamientos cuando piensas en tu hermana. Está bien, podrás coger la Lira, siempre y cuando ganes la prueba.
Adelheid suspiró profundamente sin tratar de disimularlo.
—¿Qué prueba, espíritu?
—Oh, puedes llamarme Tjörn. ¡Un duelo de acertijos! Esa es la prueba. Intercambiaremos adivinanzas hasta que una de las partes no sepa contestar. Quien no conteste bien, o no conteste en absoluto, pierde. También hay derecho a una única pista por acertijo. ¿Qué te parece? ¿Te animas?
—¿Tengo alguna otra opción, Tjörn?
—No, si quieres el Jouhikko —sonrió la rana.
—Muy bien. ¿Quién empieza?
—¡Yo! Un anfitrión debe dar ejemplo. Veamos, veamos. Oh, ya sé. Escucha atentamente, humana: ¿Qué aparece en el día y es a la vez el origen de los dioses y el final de la eternidad?
Adelheid repitió las palabras para sí misma. «Al origen de los dioses y al fin de la eternidad… ¿Será la consciencia?».
—¡No! Piensas demasiado a lo grande. Has fallado, la consciencia no es. Has fallado. ¡Has perdido!
—¡Pero si no he respondido! ¿Hace cuanto no hablas con un mortal?
La rana se frotó la cabeza con una de sus patas.
—Creo que unos setecientos años.
—Tjörn, no he respondido y por tanto no he perdido. Cuando responda un acertijo, lo haré con la boca, como lo estoy haciendo ahora, ¿de acuerdo? Es una nueva regla.
—¿Por qué? ¡Has perdido! —La rana miró con impaciencia a la humana—. Está bien, pero esta oportunidad contará como si hubieras pedido una pista.
Adelheid asintió. Si la consciencia no era, y además eso era demasiado grande. Algo que aparece en el día… Sonrió. Cuando eran pequeñas, ella y su hermana Dagna jugaban a menudo a las adivinanzas. Quizá este espíritu tenía el mismo estilo bromista de su hermana menor.
—Ya sé, pequeña amiga. Mi respuesta es: la runa dagaz, la letra de. Está al principio de la palabra dioses, al final de la palabra eternidad, y simboliza el día.
—Menudo razonamiento el tuyo, chica.
—¿Pero he acertado?
—Sí, has acertado —dijo la rana arrastrando las palabras. De repente, pareció animarse—. ¡Venga! Me toca, me toca. Lánzame tu mejor acertijo. Hace mucho que nadie me cuenta uno. ¡Que sea bueno!
Adelheid ya tenía decidido cuál: uno de los favoritos de su hermana.
—Atiende, espíritu. ¿De qué llenarías una vasija para que pese menos que estando vacía?
—Mmm… Mmm… —La rana palmeaba la roca sobre la que estaba con nerviosismo—. ¿Es necesaria la intervención de algún poder mágico?
—Podrías hacerlo con magia, supongo. Pero no, no hace falta ningún poder mágico —respondió la mujer.
—¡Oh! Ya sé. Espera, no. Mmm… ¡Oh! —la rana hizo una mueca parecida a una sonrisa socarrona—. ¡De agujeros! Si llenas de agujeros la vasija, pesará menos.
Adelheid rió.
—Sí que te pareces a mi hermana, espíritu.
—¿Yo? Pero qué dices. ¿Acaso tiene ella la mitad de mi belleza? —La rana parecía intentar guiñar un ojo.
—Desde luego que no. Nadie que yo conozca se acerca siquiera a tu belleza intemporal, noble espíritu.
—¿Ni siquiera el espíritu del río? Oh, no te preocupes, tu secreto estará a salvo conmigo. ¿Estás preparada para el siguiente? ¿Sí? Escucha atentamente. Veamos, era así: Tengo ciudades sin casas ni gente, caminos sin polvo, bosques sin árboles ni pájaros, mares sin agua, ríos sin peces. ¿Qué soy?
«¿Qué tiene ciudades, caminos, bosques, mares y ríos? El mundo», dijo para sí Adelheid. «Pero, ¿en qué mundo no hay personas, árboles, agua ni peces? ¿Quizá el Reino de las Sombras?». Adelheid recordó las numerosas leyendas sobre otros mundos que se separaban del Midgärd, del mundo de los mortales, por velos finos y sinuosos como si fueran de seda. El mundo de los sueños, el mundo de las sombras, el mundo de las hadas… Pero eran lugares a los que era muy difícil acceder, y de los que era aún más complicado retornar.
—Dime, espíritu. ¿Estamos hablando de un lugar al que se puede ir?
La rana abrió la boca pero la cerró rápidamente, y se quedó pensativa.
—No es un lugar —dijo al cabo. Y añadió—: Aunque permite imaginarlos o encontrarlos.
—Entonces tengo mi respuesta: es un mapa.
—Bien, bien. No se te da nada mal esto, humana. Debo reconocer que según te vi, pensaba que tu única habilidad era dar golpes con esa vara mágica que llevas ahí colgada. Tu turno.
Adelheid se dio unos golpecitos en el mentón. Si el primer acertijo era el favorito de su hermana, la respuesta al siguiente sería una de sus cosas favoritas en el mundo.
—Muy bien. Ya lo tengo. Escucha con atención, pues es largo: Alboroto los ánimos, disipo los miedos, destruyo el recato. Sangre dorada, cabellos blancos, armadura de cristal. Tumbo a los guerreros más diestros si no tienen cuidado. Alegro los corazones de hombres y mujeres por igual. ¿Qué soy?
—¡Oh, oh! Me gustan mucho las adivinanzas que terminan con la pregunta ¿qué soy? —La rana daba saltitos y parecía aplaudir—. Vale, vale. Sangre dorada, armadura de cristal… Diestro en el combate pero bondadoso con los mortales… —musitó—. Dime una cosa, humana, ¿has viajado por las llanuras de arena de las lejanas tierras del sureste?
—Hace unos años mis aventuras me llevaron allí brevemente. Tierras extrañas, sin duda. Y habitadas por criaturas más extrañas si cabe.
—¡Oh! Ya sé, sí, ya sé. Es un djinn. ¿Verdad? Un espíritu de arena y fuego de aquellos lares. Me han hablado de ellos. ¿Pensabas que no lo sabría, verdad? Antes de ser atado a este lugar, en mi lejana juventud, pude viajar un poco por el mundo.
—Vaya. En realidad, no. También me hablaron de esos espíritus cuando viajé por aquellas tierras, pero no, el acertijo no es sobre un djinn. La respuesta correcta es la cerveza.
—¿Qué? —gritaron todas las ranas al unísono.
—Claramente la respuesta correcta es un djinn —dijo con voz aguda una rana del fondo.
—¡Habráse visto!
—¡La humana nos quiere engañar!
—Tjörn. Puedes leer los pensamientos. Léeme. ¿Estoy mintiendo?
Adelheid se esforzó en recordar la última jarra de cerveza helada que pudo disfrutar. Dioses, hacía tanto de ello…
—Pero, ¿eso es cerveza?
—¡La bebida de los dioses! O, al menos, una de ellas. ¿Qué? ¿Puedes leer pensamientos pero no saborearlos?
—¡Puaj!
—Es un gusto que se adquiere con el tiempo, querido espíritu.
—Pero… entonces…
—Sí, has perdido. ¡Pero has aprendido un nuevo acertijo!
Justo en ese momento, un pequeño dragón negro con el pecho plateado apareció desde las copas de los árboles y aterrizó en el claro sobre sus dos patas traseras. Adelheid inmediatamente reconoció a Frÿir, pero también estalló el caos en el estanque. Todas las ranas empezaron a gritar y saltar de aquí para allá.
Tuvieron que pasar unos minutos hasta que el espíritu se dio cuenta de que no estaba siendo cazado y se calmó.
—Muy bien —dijo la primera rana carraspeando, intentando recobrar la dignidad. Adelheid la reconoció por el timbre de la voz—. Mortal, has ganado el derecho a recoger el Jouhikko Froskurinn, la Lira de la Rana. Te hago entrega del artefacto, y del conocimiento necesario para hacerlo funcionar una vez.
Después de eso, volverá aquí. No te preocupes, de eso se encargará mi magia.
Encima del altar de piedras blancas apareció un pequeño estuche. Adelheid lo abrió y encontró un pequeño instrumento de madera de fresno con tres cuerdas y un pequeño arco para hacerlo sonar. No había nada excepcional en él a simple vista pero al cogerlo, a Adelheid le empezaron a cosquillear las manos. Notaba el poder que emanaba de él.
Subió a la silla de montar de Frÿir y estaba a punto de despedirse de Tjörn y marchar volando al Bosque Anaranjado cuando cayó en un pequeño detalle.
—Tjörn, antes de marcharme, ¿podrías enseñarme a tocar una canción que amanse a la más salvaje de las fieras?
—Oh, no será necesario, valquiria. Cuando llegue el momento, confía en tu corazón. Y no dudes. Con eso debería bastar —respondió desde una distancia prudencial.
—«Confía en tu corazón y no dudes». Eso me dijo el viejo seidmadr que me envió aquí —replicó Adelheid, asegurando el estuche con la Lira a la silla de montar.
—¿Sí? Parece una frase propia de Wotan. Bueno, humana, si alguna vez aprendes más acertijos, pásate a visitarme.
—Cuídate, espíritu —dijo Adelheid mientras tiraba de las riendas y se elevaban en el aire.
La vista del valle a lomos de su dragón quitaba el aliento. Ella y Frÿir pusieron rumbo hacia el este, hacia el Bosque Anaranjado, hacia Dagna y sus captores.
Continúa leyendo la parte 5.
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