Una siesta al futuro

Marian Fandiño se obsesionó con viajar en el tiempo en un vuelo que hizo de niña de Madrid a Lisboa: aquel día llegó al destino antes de salir. Se licenció en física cuántica y dedicó casi diez años al estudio de la viabilidad de los viajes en el tiempo, mientras en sus ratos libres veía películas de ciencia ficción sobre el tema. En un viaje Oporto-Aveiro tuvo otra revelación. Se quedó dormida durante todo el trayecto y se dio cuenta de que la única manera de viajar en el tiempo sería haciendo trampas: durmiendo al sujeto de tal modo que se despertara en el futuro tal y como se durmió. Ya se preocuparía después por viajar al pasado.
        Dedicó sus buenos cinco años a estudiar cómo podría congelar seres vivos para «enviarlos» al futuro. Cuando las pruebas con ratas, cerdos, perros y monos parecieron funcionar, buscó sujetos para experimentar. La Universidad de Oporto le denegó los fondos por falta de ética y verosimilitud, así que empezó a probar con ella misma. Primero un día, luego una semana, luego un mes. La doctora Fandiño aparecía y desaparecía de la vida milagrosamente. Le cogió el gusto a «vivir» sólo una semana al mes, con el consecuente ahorro. Además, de tanto estado de congelación se sentía más joven. Al final dio el paso y se durmió un año. Todo salió bien. Sus conocidos simplemente pensaban que viajaba mucho.
        Poco después, la curiosidad le pudo y se inyectó una dosis suficiente para «viajar» cincuenta años.
        Cuando se despertó, su móvil no funcionaba. Su casa seguía igual, con una capa gruesa de polvo y telarañas. Por la ventana el mundo era distinto: los coches no hacían ruido, apenas había gente en la calle, los negocios que ella conocía no estaban ya. Ni siquiera los supermercados.
        Tardó un par de días en darse cuenta de que apenas había comida. La gente se alimentaba a base de pastillas. Llevaban una inteligencia artificial en el reloj o en las gafas que les indicaban los gramos de magnesio o vitamina A que necesitaban. También te decían qué tenías que hacer y pensar para mejorarte. Te empujaban a ser tu mejor versión —según el algoritmo, claro—. Tenían máquinas que tonificaban tus músculos mientras seguías en el asiento. Todo el mundo estaba sentando: se desplazaban con sillas de ruedas. El 92% de la población era miope. Los gobiernos criaban niños porque nadie quería tenerlos ya; preferían atesorar objetos (físicos y virtuales).
        El mundo era prácticamente virtual y las personas con mejor valoración eran las más prósperas. Todo seguía un sistema de «me gusta» y reseñas. El multiverso era la vida y el Internet de hace cincuenta años, fusionado, a más resolución y en tres dimensiones. Marian no tenía ni IA en el reloj, ni gafas supersónicas, ni tenía multiverso ni avatar humanoide. Marian no podría sobrevivir mucho en aquel mundo sin conseguir comida o una IA que le autorizara a tomar pastillas.
        Dedicó sus días a investigar cómo demonios volver al pasado. Concretamente, a antes de ese viaje Madrid Lisboa para no coger ese avión nunca jamás. Tendría que haber alguna tecnología ya, pensó.
        No la había.
        No llegó a tiempo. La doctora Fandiño murió mientras buscaba la forma de volver al pasado o de sobrevivir en el futuro. Como casi todos los de su tiempo, por otra parte.

4 respuestas a “Una siesta al futuro”

  1. Me ha dado hasta yuyu al final. Tiempo al tiempo….

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    1. Van a pasar estas cosas y otras peores. Yo por animarte, ¿eh?

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      1. Gracias tío. Me consuela saber que lo peor está por llegar.

        Le gusta a 2 personas

      2. Decía un jefe que tuve que «mejor ponerse a follar, que se chocan los planetas».

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