Adelheidsögur (3)

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El sol se estaba poniendo por cuarta vez desde que se separó del ermitaño y de Frÿir en aquel castillo en ruinas. Durante estos últimos cuatro días, había caminado siempre hacia el noreste. Había cruzado bosques de robles, fresnos y tejos custodiados por druidas, y llanuras amarillas azotadas por el sol, el viento y la lluvia y surcados por riachuelos poco profundos. El talismán la llevó a las montañas orientales, a través de un paso montañoso infestado de trasgos, sobrevolado por algún que otro grifo. El paso montañoso le dio acceso al valle más verde y exuberante que había visto jamás, rodeado por una cadena montañosa de roca negra y cumbres blancas.

Con el sol escondiéndose detrás de los picos helados, empezó a colorearse una aurora boreal en el cielo. La leyenda contaba que era el reflejo de las valquirias que vivían en las casas de los dioses, llevando a los guerreros elegidos al Salón de los Caídos, la Casa de Wotan. Adelheid lo interpretó como un buen augurio.

El talismán vibraba, emitiendo pulsos, como un corazón. Se había acostumbrado a su guía. Los latidos cada vez eran más lentos pero más fuertes, por lo que intuía que se estaba acercando al Jouhikko Froskurinn, la Lira de la Rana. Tenía que estar en alguna parte de este valle. Adelheid descendió hasta llegar a la orilla de un río. Un río profundo, ancho, y de aguas muy rápidas. La guerrera miró a su alrededor. No veía ningún vado por el que pasar. No había rocas sobe las que pudiera ir saltando, ni árboles lo suficientemente cerca de la orilla como para trepar por ellos y cruzar ayudándose de las ramas.

Decidió encender un fuego y acampar. Pescó una trucha en el río con sus propias manos, e hizo un sacrificio en honor del espíritu que protegía el río. La separaba de su objetivo, pero gracias a él hoy cenaría bien. Se quedó dormida aferrando el talismán, dejándose arrastrar por sus pulsos rítmicos y el sonido relajante que emitía.

Adelheid se despertó sobresaltada en mitad de la noche. Se levantó y miró a su alrededor. La luz de la aurora, la luna y las estrellas iluminaban perfectamente el valle, pero no había nada fuera de lo normal. Escuchó unos pasos, casi inaudibles, acercarse a ella. Se giró y se encontró con los ojos más negros y profundos que jamás había visto.

Una mujer, igual de alta que ella, desnuda, estaba a menos de un palmo. Sus cabellos eran de un negro azabache profundo, adornados con algas, y encuadraban un rostro de una belleza imposible, con una tez blanca como el mármol, en la que destacaban aquellos dos ojos infinitos. Aquella mujer alzó una mano y colocó un mechón del pelo dorado de Adelheid, quien retrocedió instintivamente y sujetó a la mujer agarrándola por la muñeca.

—¿Quién eres?

La extraña y bella mujer sonrió y ladeó el rostro.

¿Quieres venir conmigo? —dijo sin mover la boca. Una voz etérea sonaba dentro de la cabeza de Adelheid.

—¿Qué eres? —replicó la guerrera, apretando más fuerte la muñeca y buscando su vara dorada con la otra mano.

¿Así tratas a tu anfitriona? ¿Te alimento, me ofreces un sacrificio, y ahora pretendes alzar tus armas contra mí?

La mujer hizo un gesto delicado con la otra mano, sin dejar de sonreír, y la vara de Adelheid salió disparada y se clavó en el suelo a unos metros de distancia. Hizo otro pequeño gesto, girando suavemente la muñeca hacia su pecho, y Adelheid notó que se elevaba del suelo y se quedaba sin fuerzas.

—¿Qué… quieres? —dijo sin resuello.

Hacía mucho tiempo que nadie de tu especie pisaba este valle… Solo estúpidos y correosos trasgos… No tienen buena conversación, ¿sabes? —La mujer miró al cielo—. Hoy hace una noche preciosa, y has sido razonablemente educada, por lo que te perdonaré esta pequeña impertinencia.

Adelheid dejó de estar sujeta en el aire y cayó como un peso muerto. Tuvo que reprimir el impulso de darle un puñetazo en la cara. Era mejor evitar conflictos con los espíritus de la naturaleza, y más con el espíritu del río que necesitaba cruzar. La mujer se dio la vuelta. Su cuerpo desnudo, su blanca espalda, contrastaba con las aguas oscuras del río. Era más que evidente que esperaba que la valquiria le siguiera.

—No esperaba que nadie me despertara en mitad de la noche sin avisar —dijo resistiéndose a moverse del sitio.

Los mortales de hoy día seguís siendo tan divertidos como antaño. Con tanta… dignidad. Os dais demasiada importancia.

—Le damos importancia a las sagradas normas de la hospitalidad. Algo que es digno valorar en su justa medida, ya que las personas no estamos sujetas a ellas como sí lo estáis los espíritus. Y ahora, por favor, respóndeme. ¿Qué quieres de mí?

Ya te lo he dicho. Para empezar, una buena conversación. —Volvió a sonreír, esta vez de lado, enseñando los colmillos. Tenía unos dientes perfectos, perlados. Adelheid se removió incómoda cuando se dio cuenta de que se estaba sonrojando—. Cuéntame, bella guerrera, ¿qué te trae a mi valle? ¿Qué es lo que tú quieres?

—Busco el Jouhikko Froskurinn.

La mujer dejó de sonreír tan pronto como escuchó la respuesta.

¿Quién te ha dicho que está aquí?

—Nadie.

El espíritu se abalanzó hacia Adelheid y en menos de un suspiro estaba otra vez a menos de un palmo.

¡No me mientas! A este valle nadie llega por casualidad. —Empezó a brillar con una luz blanquecina y sus ojos se hicieron todavía más grandes y negros.

—No te miento, espíritu. Un talismán mágico me ha guiado hasta aquí.

¡Muéstramelo!

Adelheid, sin apartar la mirada de los ojos del espíritu, sacó el talismán de una de sus bolsitas y se lo mostró. El espíritu se quedó pensativo, la luz blanquecina se fue apagando y al poco volvió a sonreír. Aquella sonrisa hizo que a Adelheid se le erizara todo el vello del cuerpo.

Para llegar hasta la Lira de la Rana tienes que atravesar mi río, y la única manera de atravesarlo es con mi ayuda. Te ofrezco un trato, mortal. Me das el talismán y yo te ayudaré a cruzar dos veces: una para la ida, y otra para la vuelta —dijo con un tono meloso.

—No puedo desprenderme de él, espíritu. Lo seguiré necesitando después de encontrar la Lira. ¿No hay nada que pueda ofrecerte en su lugar?

La mujer miró de arriba abajo a Adelheid, lentamente, asintiendo mientras lo hacía, paseando la lengua por sus labios.

Sí… Podemos arreglar un acuerdo. Eres una valquiria, ¿verdad? Os gustan los retos y los concursos, lo sé. Te reto a cabalgarme. Si me domas, te dejaré pasar. Una vez. Pero a la vuelta tendremos que volver a negociar.

Adelheid agitó la cabeza e hizo un esfuerzo por controlarse. Notaba como el corazón se le había acelerado, la cara le ardía, y sentía un cálido escalofrío que le recorría desde la entrepierna hasta la nuca.

Hizo un esfuerzo por recordar sus años de estudio. Intentó identificar al espíritu. Sus ojos grandes, su pelo negro adornado con algas. Seguramente era un nykur, como lo llamaban en su casa, en los fiordos del norte, o un kelpie, como lo llamaban en las llanuras del sur. Si las leyendas estaban en lo cierto, el espíritu hablaba de cabalgarla en serio, ya que se podía transformar en un caballo acuático. No pudo evitar sentir cierta decepción, aunque sabía que tratándose de espíritus todo tenía un alto precio. Estos espíritus se encaprichaban de algunos mortales, y se aseguraban de que nunca les abandonaran atrayéndolos al agua y ahogándolos en ella.

—Hagámoslo —dijo Adelheid con decisión.

El espíritu le dedicó otra sonrisa y se encaminó hacia el agua. Adelheid aprovechó para rebuscar en sus bolsitas una poción especial, una poción que le permitiría respirar debajo del agua. Maldijo por lo bajo mientras bebía el brebaje maloliente.

Alcanzó al espíritu en la orilla y se metieron en el agua hasta que les cubrió las caderas. La mujer miró a Adelheid a los ojos y la atrajo hacia sí, abrazándola. Se fundieron en un beso apasionado mientras el espíritu arrastraba a Adelheid a las profundidades.

Adelheid se despertó con la luz del sol. Estaba en la otra orilla, y todas sus pertenencias estaban a su lado, incluida la vara dorada. Buscó al espíritu. Lo único que le permitía saber que su encuentro con él no había sido un sueño era un brazalete que lucía en su brazo izquierda, un brazalete de plata con una gema de aguamarina incrustado.

Se levantó, recogió sus pertenencias, y se adentró en el bosque, siguiendo los latidos del talismán.

Continúa leyendo la parte 4.

3 respuestas a “Adelheidsögur (3)”

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