Mórtimer (II)

Hoy toca revisión de condena. Es la sexta vez que lo intento. Al despertar ya notaba la boca seca por los nervios, mal augurio. Cuando el carcelero abrió la puerta miré la celda, no dejaba nada atrás, más que mis pensamientos. Estar muerto es lo que tiene, que vas ligero de equipaje. Al morir, estuve a punto de entrar en el cielo por un error administrativo, intenté buscar algún modo de quedarme, pero no pude hacer nada, y desde entonces estoy aquí, en este ardiente calvario.

Mi carcelero, un súcubo con forma humanoide, me guía a través de un pasillo lleno de arañas, a las que yo, cómo no, tengo pánico. Y es que en el infierno todo es así, sufrimiento constante, basado en todos los miedos y fobias posibles. Avanzo a través de la galería, puedo observar mi cuerpo y notar como las arañas me pican, aunque ya no siento el dolor. Lo que sigo sintiendo es el miedo, un pavor indescriptible.

De una soberana patada, el carcelero me metió en una sala redonda y llameante, parecida a la sala de reuniones típica de una empresa, solo que ésta parecía haber sido arrasada por una bomba atómica. Diez gárgolas, cada una más diabólica que la anterior, me esperaban para tocarme las pelotas de nuevo. Cada una estaba representada como una calavera de un animal, todas distintas.

-Querida alma -me dijo segunda gárgola empezando por la derecha, con calavera de gineta- Debido a la política de privacidad de la empresa, es posible que esta conversación se grabe con fines comerciales. Asimismo, le recordamos que El Infierno, en su afán de superación, recicla todas las almas en base a la normativa europea.

-Es hora del Balance de Cuentas -dijo otra gárgola desde la esquina opuesta, gigantesca, con calavera de oso y ojos de fuego- La ley de la balanza dicta que, cada vez que deje usted de sentir miedo o pánico, se añadirá tiempo a su condena. Como contrapunto, el terror que acumule en los distintos niveles, le restará tiempo. Si la balanza que mide ambas magnitudes se equilibra, entonces y solo entonces, le dejaremos marchar hacia el limbo, al piso cero.

-Estupendo, ¿y cómo estoy de lo mío? -El rollo de siempre. Normalmente mi saldo solía estar hirviendo en números rojos, porque los carceleros, súcubos estúpidos fáciles de engañar, solían acabar dándome algo de conversación en las horas muertas de la celda, lo cual me servía para gozar de algunos ratos de desconexión del sufrimiento, restando horas de condena.

-Veamos. -dijo la siguiente a su izquierda, con cara de ciervo, y cuernos de lava- Aquí dice que hace unos días no se le veía con suficiente pánico mientras le devoraban los caníbales del nivel 37. ¿Algo que comentar?

-La verdad, ya me aburren un poco.

Por muy cruel que sea la tortura de un alma, ésta, se acaba acostumbrado, y ya te dan igual los caníbales del nivel 37, que los chiles fantasmas del nivel 465, acabas por hacer reset, y entras en un estado catatónico que te permite desconectar del pánico y del dolor por un tiempo. Conocí a un tipo en el nivel 124, tortilla de patata sin cebolla, que estuvo un mes desconectado porque le gustaba la tortilla así. Hasta que lo pillaron claro, y lo mandaron al nivel 313, inserción de piña en el culo cada media hora. No se andan con tonterías aquí.

-Sigamos, -la gárgola gineta interrumpió mis pensamientos- Por un lado, tenemos altos picos de tensión arterial en el nivel Ryanair, con más de 300 horas acumuladas entre despegues y aterrizajes. Bien. Muy bien también en las pesadillas del nivel 67, la gráfica indica que se deja llevar por el terror. Por otra parte, vemos un preocupante tiempo de desconexión en el nivel 86, atraco a cajero de supermercado.

-Vera usted -en vez de suplicar, opté por decir la verdad. -Es que los guiones para ese tipo de papeles son muy genéricos, quizá si ustedes pudieran poner un poco de entusiasmo por su parte, yo lo pondría de la mía. Pero me aburren, no puedo decir otra cosa, al final siempre es lo mismo, estar suplicando por mi vida todo el tiempo posible hasta que el atracador me pegue un tiro. Igual que con los caníbales, muy repetitivo, muy visto.

-Tomamos nota -continuó otra, dotada con una calavera de dóberman- Veamos el balance. Diablos, parece que esto está muy igualado.

-Vaya, eso sí que es una novedad. -dije, con un atisbo de ilusión, pero sin dejar de tener en cuenta los miles de torturas recibidas.

-Según el gráfico, -siguió la gárgola dóberman. -Su balance entre tiempo desconectado, y pánico sufrido, está muy cerca de los requisitos para el acceso al limbo.

-En caso de acceder al limbo, deberá usted de firmar un contrato de confidencialidad acerca de las torturas recibidas. -Interrumpió la gárgola con calavera de oso.

-Cierto -siguió la otra- Total. Que se tira usted un par de horas en el nivel 99, en la sala de lobotomía, y ya estaría listo.

-Ya, pan comido, ¿eh? -dije yo, sin creérmelo mucho.

-Eso, pan comido. -Confirmaron las gárgolas al unísono, en un espantoso coro.

-Un par de torturas y al limbo ¿eh? -Dije de nuevo. Peligro. Cuando termino dos frases seguidas con ¿eh? quiere decir que mi instinto de supervivencia, del cual no me puedo fiar mucho, visto lo visto, va a tomar el control. -Pues qué cojones, vamos a acelerar el proceso de equilibrio. Voy un momentito al pasillo de las arañas.

Tal como había ido la vista, había posibilidades reales de ir al limbo, donde, si haces las suficientes horas de servicios sociales cuidando querubines, te puedes presentar al examen de acceso al cielo. Estaba dispuesto a probar algo distinto para salir de aquí.

Las arañas sin duda, era lo que más pánico me daban en el mundo, más que la soledad, Hacienda, o Carmen Lomana. Si conseguía mantener esa idea en la cabeza, podría sentir el dolor y disparar los marcadores para obtener mi vía de escape. Me abalancé a la carrera sobre las arañas, rodando a través de la galería para llenarme de ellas, sintiendo como cada mordisco envenenaba mi cuerpo, gangrenándolo poco a poco. Enseguida me dejé llevar por el pánico, pero con un pequeño hilo de consciencia conectado, intentando mantener en la mente el objetivo de aquella atrocidad. Necesitaba más, más adrenalina, más pinchazos en el cerebro, más calambres. Así que, cogiendo arañas a puñados, me las metí en la boca, para tener una experiencia todavía más agobiante…

De repente, la risa irónica de la gárgola ciervo interrumpió mi performance. Una de esas risas maquiavélicas que se anuncian como preludio a la tragedia.

-A ver, ¿quién había apostado a que se comería las arañas? -Dijo entre las risas de todas las demás.

Ya no escuché más, abatido por ese vacío que se crea cuando te das cuenta que alguien se está riendo de ti. Las gárgolas me habían tomado el pelo de nuevo, cumpliendo con su objetivo. Se rieron en mi cara durante varios minutos, y me devolvieron a la celda, donde ahora espero que mi turno para el nivel 21, cena con suegros del opus dei. Va a ser una noche larga.

Lee aquí la visita de Mórtimer al cielo.

3 respuestas a “Mórtimer (II)”

  1. ¡Eres muy grande tío!

    Le gusta a 1 persona

    1. No más que tú, jajaja! Gracias!

      Le gusta a 1 persona

  2. Lo de las piñas me ha matado 😂😂😂😂

    Le gusta a 1 persona

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: