Vuelve a casa

Nada se veía como otras veces, nada se sentía como antes, todo parecía nuevo.

Fue una situación difícil de entender, tanto cambio y tan rápido no podía ser bueno, aunque se dice que los cambios siempre se dan para mejor.

Veía caras conocidas por la calle, pero no era capaz de ponerlas nombre o de asociar a un lugar o momento concreto donde las hubiera visto la última vez.

No quería hablar demasiado, a ver si iban a pensar que tenía algún problema, como suelen hacer siempre, y no quería sentirme aún peor, ni hacerles sentir mal.

“Vuelve a casa. Vuelve a casa. Vuelve a casa.” Me repetía, pero no encontraba la calle, no encontraba la tienda de telas que estaba en la esquina, no encontraba el edificio, pero quería volver a casa.

Crucé un paso de cebra que me pareció que podía ser el camino acertado.

Un coche pitó fuerte y solo pude sonreír y saludar, después del salto que pegué, aligerando el paso para llegar lo antes posible a la acera contraria.

Allí me quedé de pie, sin tener claro hacia dónde ir. Tampoco sabía volver.

Me miraba las manos. Me miré los pies. Me vi reflejado en un charco donde los zapatos estaban metidos. Ese no era yo, ¿ese era yo?

Seguramente cualquier persona empezaría a ponerse nerviosa y a angustiarse, yo estaba tranquilo, sólo retumbaba en mi cabeza “Vuelve a casa”.

Sabía que el hogar es ese lugar que todo lo cura, que todo lo sana, que todo lo calma, pero no sabía por dónde ir, no sabía dónde era, no sabía quién era.

Volví la mirada a mi entorno, observando a izquierda y derecha con una sonrisa en la boca, una sonrisa que tampoco era mía, suelo ser más cascarrabias, o eso creo.

El tiempo pasaba despacio, o esa era mi sensación, no era capaz de ver la hora en el reloj de agujas de toda la vida que me regalaron por mi 70 cumpleaños, o era por mi 80 cumpleaños, no recuerdo.

Un matrimonio se paró junto a mí y me preguntaban cosas, pero no les entendía, sólo sonreía. Insistían en hablarme y miraban en mis bolsillos del pantalón, buscando algo que no llegaba a entender, yo sólo sonreía.

La mujer se alejó y se quedó conmigo el señor agarrándome de la mano, acariciándola, ¿me conocería? ¿Le conocería?

Pasado un rato dos jóvenes vestidos con colores muy llamativos se acercaron a mí junto con la mujer del matrimonio. Les escuchaba hablar mientras me miraban y me sonreían, pero no entendía sus palabras. Yo sonreía.

Apenas me di cuenta, pero ya estaba en una habitación o en algún sitio sentado con uno de estos dos jóvenes de ropa llamativa que me hablaba y hablaba sin parar, mientras me ponía algún aparato en el dedo, brazo… o eso creo. Yo sonreía.

Después de unos minutos en ese sitio que se movía, dije “Quiero ir a casa”. El joven sonrió y me apretó la mano fuerte y noté como me atusaba el pelo, sería para llegar guapo a casa, seguro que él podía llevarme de vuelta.

Se abrió una puerta dejando entrar una luz cegadora, apenas podía ver donde estaba, ¿sería mi casa?

Bajé despacio del sitio donde estaba sentado. Estaba esperándome el otro joven que vino con lo que parecía una silla de ruedas. Me senté. Y sonreí.

La luz cegadora era aún más intensa, había muchas personas, apenas podía reconocer algunos rasgos de los que tenía al lado, ¿sería esa mi casa? ¿serían mis vecinos?

Me quedé dormido, ya estaba en casa.

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