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Mientras examinaba el candado que cerraba la puerta de la celda, escuchó el ruido de una puerta de madera podrida abriéndose de golpe, seguido de risas agudas e histriónicas de trasgos.
Cerró los ojos e inspiró fuerte. Cogió una vara de oro que llevaba en cinturón y, con un gesto, la convirtió en un tridente dorado y, con un gesto más, convirtió el tridente en dos dagas. Atravesó el cuello del primer trasgo que se asomó en la habitación. Adelheid juntó las dagas con un golpe frente a su pecho, y un destello de luz recorrió toda la mazmorra. Cegados, los otros cinco no tardaron en caer. Adelheid escupió. «Criaturas cobardes», pensó, «seis contra una, ¿y para qué?».
Volvió a juntar las dagas y las convirtió en un martillo de luz, con el que destruyó el candado de un solo golpe y se acercó al cuerpo que colgaba lánguido de las cadenas de la pared, esperando que todavía estuviera vivo.
Y lo estaba. A duras penas. Al levantar la capucha, vio su rostro: un hombre anciano, con la cabeza totalmente afeitada y una barba larga y descuidada. Y dos cicatrices enormes en lugar de ojos. Sin duda, era un seidmadr, un vidente.
Con el martillo rompió los grilletes que le aprisionaban las manos y los pies. Lo cargó al hombro como si fuera un saco de patatas y ascendió por la escalera a la luz de su martillo mágico.
Ya bajo el sol, recostó al anciano contra un muro y le vació el contenido de una poción en la boca. Apretó la nariz y le hizo tragar. El mago se convulsionó entre toses y reniegos.
—¿Cómo os encontráis, viejo?
—Te has tomado tu tiempo para sacarme de ahí abajo, ¿eh, Adelheid? —rezongó el ermitaño.
—Conocéis mi nombre.
—Conmigo no te hagas la noble, ni la digna, ni la educada.
—Si sabéis quién soy, sabéis por qué estoy aquí.
—Lo sé, lo sé, pero yo no puedo enunciar las preguntas para las que quieres respuestas. Eres tú quien debe hacerlas. Y pagar por ello.
Adelheid asintió.
—¿Dónde está mi hermana, Dagna?
—¿Mi pago?
La valquiria le puso los grilletes que lo habían tenido preso en el calabozo en la mano. El anciano gruñó.
—Muy bien, dame un momento. —El anciano se puso de rodillas y alargó el brazo para coger un hueso que había cerca. Estaba tan roído que Adelheid no sabía a qué tipo de ser había pertenecido. El seidmadr lo partió con un gesto seco y dibujó en la tierra una serie de runas.
»Valquiria, escupe aquí. —No se lo tuvo que pedir dos veces. Acto seguido, emborronó las runas escritas en la tierra con la saliva de Adelheid.
»Veo… una myrkurmær, una doncella sombría. ¿Dagna? Sí, su nombre es Dagna.
—¿Dónde está? ¿Está viva?
—La… doncella sombría… está encerrada, envuelta en… oscuridad. Una oscuridad naranja. No… No puedo… ¡No puedo centrar la vista en ella! ¿Un gato? ¡Ahh!
El ermitaño se cubrió la cara con las manos y cayó sobre su espalda.
—Una magia poderosa rodea a tu hermana. Un cait-sith la vigila. Solo un lugar encaja con lo que he visto, valquiria. Tu hermana está retenida en el Bosque Anaranjado.
—¿Y qué hace allí? ¿Está herida? ¿Quién o qué la retiene? ¿Un gato-hada? ¡Habla!
El anciano se puso cómodo de nuevo. Extendió la mano y dibujó una sonrisa agria bajo los largos pelos del bigote. Adelheid le puso en la mano el frasco de la poción curativa con la que había sanado al ermitaño.
—Es justo, más o menos —dijo mientras guardaba el frasco en algún bolsillo de su túnica hecha harapos—. Has hecho más de una pregunta pero solo has pagado una respuesta. ¿A qué quieres que te responda?
—¿Quién la retiene allí?
—Solo existen unas criaturas que tengan el poder de doblegar a una myrkurmær y moren en el Bosque Anaranjado. —El anciano sonrió con suficiencia—. Los Hermanos del Bosque, Dedu Yaga y Dedu Roga son los responsables. —Un ataque de tos hizo que se doblara sobre sí mismo. Cuando se recompuso, dijo—: Solo tengo poder para responder a una pregunta más.
La valquiria asintió. Se tomó su tiempo para formular correctamente la pregunta.
—¿Cómo puedo liberar a mi hermana?
—Por fin una pregunta inteligente —dijo el mago, sonriendo ante la mueca de desagrado de Adelheid—. La clave es el gato-hada. La fuerza vital de tu hermana está vinculada al cait-sith. Es un cait-sith muy poderoso si es capaz de nublar mi visión —. El ermitaño se mesó barba—. Sí, luchar contra el cait-sith sería una pérdida de tiempo, solo pondrías a tu hermana en peligro si te enredas con esa criatura. Lo mejor será dormirla. Para ello, deberás encontrar el Jouhikko Froskurinn, la Lira de la Rana. Se dice que su música puede amansar a las bestias más fieras. —Rebuscó en otro de los bolsillos de su túnica y sacó algo pequeño—. Toma este talismán. Cuando camines hacia la Lira, te lo hará saber.
Adelheid tomó el talismán, una pequeña bolsita de cuero rellena de lo que parecían ser huesecillos. Giró despacio sobre sí misma hasta que un ruido parecido a arena cayendo sobre un cuenco metálico empezó a emerger de la bolsa.
—Falta tu último pago, viejo. Una respuesta y un talismán poderoso. ¿Bastará con que te lleve a tu hogar sano y salvo?
—Como pago para la respuesta es justo. Pero el talismán… El talismán me lo cambiarás por otro —dijo el seidmadr con una sonrisilla—. Verás, Dedu Roga tiene un cuerno que le nace en la frente. Quiero que me lo traigas.
—Así haré, viejo. Frÿir, ven. Deja que te monte y llévale donde te pida. Después, búscame.
El pequeño dragón se acercó y se recostó a su lado. Adelheid ayudó al anciano a montar. Cuando ya estaba montado en la silla, el sabio ermitaño regaló una última advertencia.
—Estos Hermanos del Bosque… Son unas criaturas ancestrales muy antiguas. Y su crueldad y retorcimiento superan con creces su edad. Hace eones que dejaron de ser humanos, Adelheid, y lo que les ha permitido sobrevivir al paso de las eras ha sido su habilidad para devorar la vida de otros seres vivos. Cuando entres al Bosque Anaranjado, no confíes en tu ojos, valquiria, confía en tu corazón. Y no dudes.
El ermitaño dio un pequeño tirón a las riendas y Frÿir se elevó en el aire varios metros de un salto y empezó a batir las alas. Adelheid observó cómo se elevaban y se perdían entre las copas de unos árboles lejanos.
Sabía lo que tenía que hacer.
Continúa leyendo la parte 3.
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